El ministro de Energía y Minería Juan José Aranguren debe ser uno de los funcionarios al que más le ha costado desprenderse de su verdadera vocación, ser empresario de peso, ambicioso, con la mente puesta en el sector privado. De su actual función, como Ministro en un área clave para el rumbo del país y lo cotidiano de todos los argentinos.
El CEO/Ministro Aranguren se explayo en un encuentro con empresarios de Córdoba “El GNC tiene que costar lo mismo que la nafta; a igual poder calórico, precio similar”.
En la Argentina 1,75 millones de autos utilizan Gas Natural Comprimido (GNC) y existen alrededor de 1900 Estaciones que lo comercializan al usuario. Está claro que prácticamente ningún funcionario de este Gobierno debe tener el “auto a gas”, por ese lado se podría entender la tranquilidad a la hora de hacer este tipos de declaraciones.
Recordemos que en el último año el precio de la nafta aumentó en un 40% mientras que el del GNC un 90%, lo que viene siendo un duro golpe al sector, pero más aún al usuario. Al taxista que sale a ganarse el pan, al joven que labura con su “chata” o simplemente al que se traslada con su auto y lo solventa con el combustible más barato del mercado.
Como buena costumbre de este Gobierno y su actitud de dar marcha atrás en cuanto ven la magnitud de declarar como empresarios y no como Estado; el Ministerio de Energía y Minería tuvo que sacar un comunicado para explicar la situación:
“El ministro Ing. Juan J. Aranguren nunca expresó ni cree que el GNC tiene que valer lo mismo que la nafta súper. Si dijo, que el precio de los combustibles sustitutos deben tener en cuenta el costo diferencial de producción (determinado a su vez por el precio diferencial de los insumos que lo constituyen), el costo diferencial de elaboración y transporte, el diferencial de consumo específico de los mismos determinado por su poder calorífico, el mayor o menor impacto ambiental que su combustión genera y por último, el nivel de carga impositiva que los distintos combustibles sobrellevan”.
El ministro deberá medir sus palabras en esos encuentros en los que se siente ameno, con gente de su rubro (el empresarial), lejos del pueblo y de sus necesidades, de los que la pelean arriba de una camioneta o de un taxi, o del playero que con lluvia, frio o calor está parado firme junto al surtidor cuidando su trabajo.