El 26 de junio del 2002 fue un día en el que hombres y mujeres se dispusieron a resistir: resistir a la política económica que con la devaluación pulverizaba salarios y resistir a la oleada creciente de autoritarismo estatal y represión policial. Estaban dispuestos a no aflojar ante las amenazas lanzadas desde el gobierno del entonces presidente Eduardo Duhalde al anunciar: «Prohibido los cortes de ruta».
Desde varias localidades del conurbano bonaerense las banderas de los distintos grupos que integraban la Coordinadora de Trabajadores Desocupados Anibal Verón, partían hacia Avellaneda.
Allí estaban, marchando hacia el Puente Pueyrredon, decenas de militantes entremezclados con las miles de personas que se movilizaban en aquellos días. Entre los muchachos y muchachas dispuestos a resistir se encontraban Darío Santillán y Maximiliano Kosteki, jóvenes de 21 y 25 años. ¿Se conocían? No. Todavía no.
Cada 26 de junio, cientos de jóvenes y familias recuerdan a estos dos pibes que cayeron frente a la crueldad de un cabo, un comisario y frente a un poder político y mediático que los negó: «Dos muertos en un enfrentamiento con la policía en la Estación Avellaneda». Así titularon la masacre los medios de comunicación. Una vez al año, se corta el puente, no para protestar sino para recordar y pedir justicia. Porqué siguen Presentes, ahora y siempre.