La mayoría de las mujeres sufrimos múltiples contradicciones entre lo que anhelamos ser y lo que realmente somos. Esto se aplica a nivel estético, emocional y personal, y en general se nos manifiesta en forma de angustia, inseguridad, culpa, falta de amor propio, de autoestima. Nos culpamos a nosotras mismas por no ser como se supone que deberíamos ser. Cabe preguntarse si todos esos anhelos son genuinos o impuestos por la sociedad y el mercado. Cabe preguntarse si nuestros anhelos genuinos no podemos cumplirlos por nuestras propias deficiencias personales o porque otros patrones nos fueron impuestos en contra de nuestra voluntad.
Quisiera ser una mujer de altura media, esbelta, con pelo lacio, con tetas, una cola moderada, sin estrías ni celulitis, sin granitos en la cara. Quisiera ser emocionalmente independiente, una persona que nunca haga pasar su vida por la pareja que tiene al lado, que no esté pendiente de lo que los tipos que pasan por su vida hacen o dejan de hacer. Quisiera nunca ser celosa, nunca hacer planteos a mi pareja. No preocuparme por no tener novio, no importa la edad que tenga. También quisiera que haya muchos hombres dispuestos a ser mis novios (ups!). Quisiera nunca poner a mis amigas en un segundo plano por priorizar a mi pareja. Quisiera tener un trabajo por el que se me considere una mujer exitosa, independiente económicamente y que supo ocupar un lugar importante. Quisiera que los demás me vean copada, que nunca estoy de mal humor, que no tengo miedos, que no me ando quejando. Quisiera saber jugar muy bien a la play, que me guste el fútbol, parecerme más a los hombres para que crean que soy recontra copada y no tengo personalidad de minita (ups!). Y así.
¿Cuántos de esos anhelos nacen realmente de mis genuinos deseos como persona? Pocos. Me gusta mucho más comer milanesas con papas fritas que hacer dieta. Me pongo de mal humor, tengo miedos, me da placer quejarme cuando todo es una mierda. No me interesa ni en lo más mínimo el fútbol. Pero el deseo de ser aceptada en la sociedad como linda, de acercarme estéticamente a las chicas de la tele, de que los demás me vean como copada, de alejarme del estereotipo de la minita histérica, a veces es muy fuerte. Y no puedo llevarlo adelante, no es así como soy, nunca voy a ser así.
Pero sí quisiera ser independiente emocionalmente de esa horrible necesidad de tener pareja. No estar pendiente del otro. No sentir que si no tengo novio no tengo mundo. No competir jamás con una mujer porque creo que puede gustarle a los chicos. Concentrarme en la carrera que tenga ganas de hacer o en el trabajo que quiera tener. ¿Por qué a veces cuesta tanto cumplirlo?
Entonces, angustia: soy fea, tengo celulitis, me creció la panza. No tengo novio. Estoy pendiente de aquel pibe con el que estuve dos veces, ¿este querrá tener algo conmigo? Lo quiero dejar y no puedo, me hace mal, pero no puedo estar sola. Soy un desastre, no sirvo para nada.
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No sos vos, es el patriarcado. ¿Por qué? Porque no te pasa a vos sola, le pasa al 90% de las mujeres.
El patriarcado nos crió para que nuestro mayor objetivo en esta vida sea tener una pareja hombre y quedar embarazadas antes de los 35. Todo a nuestro alrededor estuvo al servicio de esa educación, desde hace siglos. ¿Cómo no sentir la necesidad de tener novio? ¿Cómo no angustiarse al comprobar que el príncipe azul de las películas de Disney no existía? El mercado patriarcal nos necesita con baja autoestima. ¿Cómo no sentirse horrible al ver que no tenemos el cuerpo que nos habían prometido nuestras muñecas Barbie? ¿Cómo tener alta la autoestima al prender la tele, abrir el diario, y ver que no tenemos nada que ver con la belleza? ¿Cómo no sentirnos débiles, boludas, no querernos, ante todo esto? El peor momento es cuando nos culpamos: no servimos, no somos como deberíamos ser. No podemos valernos por nosotras mismas. Así de hábil es el sistema.
Hay una clave, asumo, que es entender que la culpa no es nuestra. Que valemos, que ser como somos está bien. Y que esas cosas que realmente anhelamos nos cuesta cumplirlas no porque seamos personas deficientes, sino que, como siempre, a las mujeres hay cosas que nos cuestan mucho más, porque nos impusieron, nos hicieron internalizar, reglas que nada tienen que ver con nuestra realización y felicidad personal (mal que a Facundo le pese).
Esa clave nos exime de la culpa, pero no de la responsabilidad. En el movimiento feminista, en la organización de las mujeres para romper ese sistema, en nuestra deconstrucción diaria, en nuestra lucha interna por terminar con las condiciones que nos impusieron, en la lucha colectiva por nuestro derechos, ahí reside una clave aún más importante: la de dar vuelta la taba, transformar la realidad, e ir por nuestros deseos. Nadie dice que sea fácil. Pero es un gran comienzo.
*IMAGen: La Cope