Nació y se crió en una de las favelas más violentas de Río de Janeiro, Maré. Con 38 años y una militancia que le recorría las venas, su biografía y su historia, el pasado miércoles 14 fue asesinada a balazos Marielle Franco.
Marielle era militante por los derechos humanos, feminista, lesbiana y afrodescendiente. Una mujer que nació en los margenes de quienes hegemonizan el poder y como enzima se atravesó en su camino. Denunció la política de Estado que lleva adelante Michel Temer: la militarización de los barrios más pobres. Desde su niñez vio la violencia que atravesaba su entorno, por narcotráfico o violencia policial, promovida por la disparidad y la discriminación.
A los diecinueve años fue madre de una niña, razón por la que decidió empoderarse y luchar por los derechos de las mujeres y sumergirse en la búsqueda de estrategias para afrontar los embarazos adolescentes. Ganó una beca completa para realizar un diploma de Sociología en la Pontificia Universidad Católica (PUC) donde se recibió. Además, realizó una maestría en Administración Pública. Vio morir a su mejor amiga por una «bala perdida» y decidió, con más firmeza que antes, luchar contra el tráfico de armas, por actos de racismo y violencia hacia los sectores más empobrecidos.
Marielle también era lesbiana. Marielle caminaba al lado de una mujer, Monica, hace diez años. Abiertamente, en un país donde prima el tradicionalismo y la estructura propia de la religión muy presente, había asumido su bisexualidad, afrontando las miradas lascivas y la violencia discursiva de los homofóbicos y de los espacios en los que se movía: la política, histórico espacio ocupado por hombres y figuras masculinizadas. Un espacio corrompido por una mujer, una mujer lesbiana y feminista. Una mujer nacida en un complejo de favelas. Una mujer fuerte y empoderada.
Fue electa como Consejala del partido Socialismo y Libertad por más de 240 mil votos. Hace dos semanas asumió como relatora de la Comisión de la Cámara de Concejales de Río creada para vigilar la intervención militar del área de seguridad de la ciudad carioca.
Tenía la fuerza suficiente para afrontar la criminalización de la pobreza, el abuso policial y el racismo. Desde entonces alzó la voz tan alto que la única forma de callarla fue a balazos. La pericia de la División de Homicidios, según afirmó el canal RJTV, confirma que las balas encontradas pertenecían a un lote de municiones vendidos a la Policía Federal de Brasilia en 2006 y que habían sido utilizadas, según Globo, para el asesinato de 17 personas en San Pablo, en agosto de 2015.
Asesinar a una líder feminista y activista política no sólo es una advertencia para silenciar al pueblo, también es un mensaje que si bien es claro, no es suficiente. El arrasador neoliberalismo brasilero, la política del gatillo fácil y el odio a la la lucha de clase sólo significan un miedo superficial que no puede callarnos. Que el luto no sea silencio, que su muerte no frene su lucha. Que el luto sea lucha, que el crimen no quede impune y que la política sea un arma para derribar la violencia asesina neoliberal.
Nos han querido callar machos, fachos y conservadores. Han querido vernos escondidas, detrás de un muro, detrás de un hombre. Nos han querido arrebatar el deseo, el placer. Se han esforzado por encerrarnos con lxs niñxs. He visto mujeres callar por miedo y mujeres gritar por lo mismo. Nos he visto derribar estructuras y construir nuevas. He visto de todo, nos he visto luchar. Ahora, como mujeres, como lesbianas, cis y trans, como seres humanos, como pueblo y sociedad, ahora toca luchar y vencer. Y que Marielle esté presente hoy y siempre.