A fines de 1983 el restablecimiento de la democracia política en nuestro país supuso la reparación de los derechos y las garantías constitucionales acalladas durante la larga noche – la última, pero también la más sangrienta y atroz- en la que los grandes poderes económicos, por la vía militar, nos sumergieron a todos y a todas.
Creímos que ya nunca más iba a ser delito reunirnos en una plaza a la hora que nos dé la gana, la cantidad de personas que nos dé la gana, manifestarnos porque creemos que no se están escuchando nuestros justos reclamos por un trabajo digno sin estar rodeados de gente disfrazada que solo viene a fichar y a marcar compañeras y compañeros.
Creímos que ya no nos iban a bajar arbitrariamente del transporte público, sólo porque al policía de turno no le caía bien nuestra cara, nuestra ropa, nuestro color de piel, o vaya uno o una a saber qué. Si no te bajaron a vos, pero viste como bajaban a algún pibe y sentiste un vacío en el estómago, sabes de que estamos hablando. Buscan atemorizar y criminalizar al mismo tiempo, pero también dar una falsa sensación de protección, creyendo que los verdaderos delincuentes, cuyos jefes dicen que vinieron a combatir, viajan en colectivos con boletos cada vez más impagables.
Nos creímos también que ya no nos iban a desaparecer, para “encontrarnos” flotando a metros de donde nos vieron por última vez, siendo llevados por Gendarmería. Nos equivocamos al pensar que los días en los que el mundo exigiría la aparición con vida de uno de nuestros compañeros ya habían terminado. La misión la cumplen al pie de la letra: vía libre para la violencia y cero explicaciones que dar, pues son la fuerza.
Erramos al creer que nunca jamás los ciudadanos y las ciudadanas seriamos víctimas potenciales de la pena de muerte de hecho que el gobierno nacional ejecuta día a día. Las veredas se transformaron en paredones de fusilamiento, y los verdugos son aquellos que deberían actuar en otras circunstancias, en las cuales se exige su presencia. Pero hoy quienes nos representan le rezan al criminal Luis Chocobar, y eso derivo en el hecho de que asesinar pibes pobres por las calles se ha transformado en un deporte entre una porción nada menor de los miembros de las fuerzas de seguridad del Estado.
Pensábamos que democracia era derecho a la información y a la comunicación, pero resulta que entre las grandes empresas mediáticas que negocian opinión publica favorable por algún vueltito, y un gobierno que además destruye y somete a los medios populares e independientes al ahogo, nos vemos envueltos y envueltas en dimensionales cortinas de humo y de desinformación.
Nos hicieron creer que la violencia la engendraba una ex presidenta por TV en hora pico, pero estaban equivocados -si lo hacían de buena fe-. Si eso era violencia, lo que relatamos en los párrafos que anteceden no tenemos palabras para encasillarlo.
Si no tenes con que llenar un plato de comida, si no te toman la denuncia en la comisaría, si te persiguen a los tiros creyendo que vos y tus amigos que van a jugar al fútbol son narcos. Si te balea un policía drogado, si en el hospital no hay insumos, si te desaparecen. Si te reprimen porque no queres que te roben los aportes de toda tu vida, si el Estado te condena a morir por no tener derecho al Aborto Seguro, Legal y Gratuito. Si todo esto no es violencia, ¿qué es?.
Podemos habernos equivocado, pero no estamos de acuerdo con esto, y no nos vamos a callar.