«Con «C» de Campeón» y «Con «C» de Cocinera», Carrefour lanzó la venta de juguetes para el 19 de agosto. Mientras el niño se divierte arriba de un auto, la niña se encuentra en la cocina. La claridad del mensaje deja entrever la violencia simbólica y la perpetuación de los estereotipos de género.
Las ideas preconcebidas e instaladas en el imaginario social con respecto al lugar del niño o niña, responden directamente a una violencia continua, sistematizada e invisibilizada. Éstas no sólo se dan en la ropa, colores o juguetes, suceden desde el momento en que se nace y se reafirman nuestros respectivos lugares en el mundo. A las niñas, inmediatamente, se les mutila las orejas. Se las disfraza de princesas y se las lanza a un mundo que las vulnera, las quiere frágiles, obedientes y sumisas. A los niños, en cambio, se los entrega al placer del juego, la velocidad, los autos y las herramientas. Mientras las mujeres se ocupan de los cuidados y los quehaceres del hogar, ellos arreglan lo que nosotras rompemos y disfrutan del ocio y del vicio.
La construcción del comportamiento, como del lenguaje, se nos presentan en un sinfín de símbolos. Ajenos a nuestra decisión individual, responden a una cultura patriarcal que nos estructura y nos atraviesa, nos conforma dentro de parámetros bien marcados de los cuales no se pueden salir. Y si salimos, somos la disidencia, lo distinto y lo raro. El género, como nuestros gestos, miradas, la forma de vestir y los colores, las reacciones que se nos atribuyen y los espacios en los que nos movemos se construyen, pero también se pueden deconstruir, desaprender y modificar. Con el tiempo, con la fuerza y el anhelo de cambiar este presente volátil.
El sentido común y el miedo a la trasgresión a las reglas hegemónicas -pero arcaicas- aumentan cuando el uso del lenguaje alternativo al establecido, conocido como inclusivo, comienza a tomar fuerza. Los sectores más vulnerados, normalmente silenciados por los grandes monstruos que sostienen el status quo, se empoderan, se desatan y se conmueve ante la visibilidad de su identidad, sus deseos y sueños. El lugar que hoy ocupa la disidencia responden directamente al poder popular, a la movilización social y la vitalidad que se le da al lenguaje al momento de romper su estaticidad. El lenguaje, como la masculinidad, es frágil. Y el arraigo para que eso no re rompa, nos atraviesa en todas partes: en los medios, la educación, la salud, las fuerzas de seguridad y cualquier otro espacio en el que no hay lugar de cuestionar lo que ya -según sostienen muchos dinosaurios- está dado.
El lenguaje no es innato. El lenguaje, como los colores y los juguetes, está atravesado por un contexto. El lugar de las mujeres no es la cocina, ni la maternidad forzada. No incubamos por obligación, ni limpiamos por deber. No entrenamos para ser objeto de placer, ni vestimos para que nos quieran tocar. No nos esforzamos por gustar, no buscamos impresionar.
Las niñas y los niños deben ser educados desde la equidad e igualdad de valores, consumir lo que gusten y correspondan a su edad. Reforzar la idea de niños fuertes e independientes y niñas vulnerables y frágiles solo aumentan los riesgos, la violencia y la desigualdad. Para que el mundo no se achique, ni las diferencias se profundicen, no atemos a restricciones por miedos internos a que sean aquello que nunca pudimos ser.