Las marchas y concentraciones son lugares donde las diferencias y tensiones se magnifican. Las luchas son colectivas, pero los espacios son nuestros. El concepto de ‘empoderamiento’ profundiza nuestro rol en la sociedad, ya no como subordinadas, sino como mandatarias de nuestras propias luchas y vidas. El propósito feminista es, indudablemente, correrse de esa especie de simbiosis en la que nos vimos ubicadas históricamente.
En cambio, el rol del hombre cis resulta secundario, aunque su presencia no. El hombre que ordena, organiza y quiere ser protagonista es del que queremos tomar distancia. Asumimos su compromiso con las causas que nos atraviesan, pero no creemos que su lugar sea codeándose con gente que sufrió o sufre violencia machista y prefiere no compartir momentos ni lugares. Sin embargo, todavía resulta difícil la compresión de esta premisa por diversidad de circunstancias y razones: machismo, egoísmo, falta de empatía, ignorancia o, simplemente, desinterés.
¿Qué lugar deben tener los hombres cis?
En primera instancia, comprender que dos meses de marchas no hacen a la deconstrucción. Que como todo, es un proceso y no un fin. Ni nosotras, quizás con años de militancia, podemos desarraigar de raíz el machismo implícito y simbólico con el que convivimos desde nuestro nacimiento. El camino es tan largo, que ni las identidades oprimidas comprenden en su totalidad lo normalizada que tenemos la violencia en todos sus vértices.
En segundo lugar, tomar sus espacios y romperlos: hablar del lugar que tienen, de cómo impactan y lo que implican. Salir del rol evangelizador para aplicar sus conocimientos en grupos de amigos, familias y conocidos. Perder esa complicidad que te hace parte de una práctica hegemonizadora y violenta. Educar y ser educado desde la comprensión del lugar en el que se encuentra la otra persona. Empatizar es comprender, no educar formas. La retroalimentación sirve para no callar frente al acoso callejero de un compañero, o el abuso sexual que está a la vista pero preferís no meterte, para no pelear.
Su lugar responde también a cambios estructurales y mucho más profundos. Implica, por ejemplo, perder el horizonte mental de que las mujeres e identidades disidentes son menos capaces que ustedes. Es perder el concepto de que sin ustedes no somos nada. Es salir de tu burbuja de «aliado bueno» y desterrar la cosificación y acoso. Es, en otras palabras, resignificar el concepto de aliado a través del respeto a nuestros términos, sin querer imponerte.
Salir de ese lugar es difícil. Tan difícil que es casi irreconocible. Y cuando llega el planteo se enojan bajo argumentos paupérrimos y sin un grado de condescendencia porque ‘al final los discriminados y no los dejamos hacer nada’. Sin embargo, aunque no lo vean, su lugar es tan importante como el nuestro, pero en paralelo. Desde la solidaridad, corriéndose de nuestras redes de sororidad. Mirá para adentro y fijate si no es mejor dejar de fingir y admití, finalmente, que queda mucha tela por cortar.
Y si te subís al barco, acomodate, porque lo comandamos nosotras.