Cada 14 de febrero es igual. Un ramo de flores y bombones. Osos gigantes y declaraciones de amor extensas y efusivas. Como un ritual, se inicia y termina con el convencimiento que lo que se festeja es el amor. Sin cuestionar, sin preguntar.
En estos días, aún cuando las críticas abundan, se sigue vendiendo que la salvación la encontrarás en una pareja heterosexual. Y no importa si la pasas mal, si te maltrata o pega, siempre hay que darle una oportunidad al amor, aunque realmente no lo sea.
Crecimos y vivimos con la ilusión del amor para toda la vida. Una relación inquebrantable contra viento y marea. No llegar a viejo con una misma pareja es la respuesta a una vida de fracasos. No llegar en pareja, nos habilita a creer que tenemos un problema emocional. No importa si estas premisas son falsas, la sociedad tiende a no dudar y a señalarte bajo esos argumentos.
Cuando eramos chicas, el príncipe azul era el único que podía salvarnos. No podíamos valernos por nosotras, porque siempre estábamos encerradas en una torre esperando que otro resuelva lo que, quizás, podíamos resolver por nosotras mismas. Y la sistematización comenzó: sin un hombre somos infelices. Y ante la adversidad debemos sonreir y agradecer, sino ¿quién te va a querer?
Y nos enseñaron, que los sapos pueden ser hombres gracias a nuestros besos. Que hasta el más despreciable y violento puede cambiar si los queremos, cuidamos y protegemos. Una pareja se vuelve un niño incapaz de reconocerse violento y absurdo.
«La maté porque era mía». En nombre del amor soportamos palizas, insultos y violaciones. Que si te quiere, te aporrea. Él no es malo, algo hiciste para que se enoje. Siempre responsables y culpables.
El amor romántico impide querer a más de una persona. Las naranjas se completan con dos partes.
De rescatadas, a humanizar animales. De ser la mitad, a esperar que alguien nos complete. De los celos y los parámetros que no hay que saltar. Que nos escondemos en las penumbras de la intimidad que reservamos para nuestra pareja, el único habilitado para mirarnos. El único que puede hacer lo que quiera con nosotras, sus presas.
El amor romántico nos convenció que los celos son muestra de amor y que el control es bueno. Nos convenció que si no quiere que hagamos algo es porque nos quiere y porque nos está cuidando. Una cultura que invisibiliza la violencia e idealiza los actos de opresión es una cultura que se reduce a una asimetría continua y perpetuante.
Asimilamos los actos simbólicamente violentos y los hacemos carne. Frente a las vivencias de una par que no logra escapar de un entorno abusivo, no la dejes sola. Si no puede salir, responsabilizarla es culpabilizar a la víctima y liberar al victimario.
Los celos no son amor. Y a vos no te falta ninguna parte.
Si vas a festejar, festejá el privilegio de estar viva.