Bajo la consigna «Una hinchada sin memoria es una hinchada sin futuro», el colectivo de Memoria Racinguista organiza esta jornada en el marco de la Semana de la Memoria, al cumplirse 43 años del comienzo de la última dictadura cívico militar. Hablamos con Leonel, miembro de este espacio y nos contó sobre el trabajo que llevan adelante.
Un mural por los fusilamientos en el Cilindro
«Ponerle imagen a lo que la dictadura quiso borrar del mapa. Ponerle luz a lo que la dictadura quiso borrar del mapa». El mural tendrá como objetivo homenajear a las seis personas que fueron fusiladas contra una de las paredes del estadio de Racing durante la madrugada del 22 de febrero de 1977. La actividad comenzará a las 10 horas y tiene como única condición «entender que el fútbol y la Academia pueden ser una gran excusa para que la memoria le gane al olvido.»
Memoria y fútbol
«Surgidos a partir de la voluntad de gente que se asoció con otros para darle a la existencia un aroma colectivo, el fútbol y los clubes en la Argentina estuvieron desde siempre sumergidos en la sociedad que los hizo nacer. Muchas veces se intentó presentarlos como burbujas ajenas a lo que sucedía alrededor pero nunca funcionaron así: más allá de que hayan concentrado sus energías en el deporte de alta competencia, todos mantuvieron vínculos potentes con diversos poderes –político, económico, comunicacional- a lo largo de sus historias. <Los clubes de fútbol se caracterizan por una gran capacidad para adaptarse a circunstancias políticas cambiantes y para intentar aprovechar al máximo la coyuntura política, lo que explica también, en parte, su gran capacidad para sobrevivir durante más de un siglo>, escribió el historiador israelí Raanan Rein. En este escenario, que el fútbol y los clubes hayan erigido su identidad a partir de una amplitud ideológica y político-partidaria no significa que deban ausentarse de los temas fundamentales que aquejan a la sociedad de la que forman parte.»
¿Como lograron la fusión entre el fútbol y lo político?
Es cierto que al interior del fútbol y de los clubes asoma con frecuencia el “apoliticismo deportivo”, es decir, la idea que propone establecer una separación arbitraria entre el mundo político y el mundo del fútbol y del deporte -como si no hubiera condiciones económicas, políticas y comunicacionales de por medio-. A esto se suma que los clubes son en la Argentina, salvo casos excepcionales, construcciones policlasistas y polideológicas. Es decir, espacios en los que conviven pobres y ricos y gente de múltiples identidades políticas bajo un único paraguas: el vínculo afectivo con la institución. Los intentos por despolitizar la vida del fútbol y de los clubes –o por reducirlos únicamente a los acontecimientos de la dinámica política interna- se sostienen entonces en la ilusión de no perturbar la supuesta unidad erigida detrás de cualquier camiseta –o de la gran camiseta del fútbol-. Este mecanismo es posible exclusivamente si se niegan los lazos pasados y presentes del fútbol y de los clubes tanto con los entramados de la política partidaria como con las disputas simbólicas que se juegan en las distintas canchas donde se producen los discursos que trazan el sentido común.
La tradición en estas tierras indica que los clubes son propiedad de la gente. Eso, en términos administrativos y/o jurídicos, significa que los clubes son asociaciones civiles sin fines de lucro cuyos únicos dueños son sus socios y sus socias. Emblema de la violación de los Derechos Humanos a través de múltiples plataformas de terror, la última dictadura secuestró, torturó, asesinó y desapareció a miles y miles de ciudadanos y de ciudadanas. Ante la certeza de que los clubes tienen socios y socias que padecieron algunos o todos de esos tormentos, podemos concluir que los clubes, lo sepan o no lo sepan, lo digan o no lo digan, fueron víctimas del proyecto genocida. El plan sistemático de exterminio impulsado por la dictadura les arrebató miembros legales y legítimos de esa institución y, al igual que tantas otras instituciones de la sociedad civil que se asumen víctimas del genocidio más allá de que sus miembros no estén desaparecidos por esa pertenencia, los clubes deben asumir que fueron víctimas del mismo proceso que sumergió al país en el horror y, como consecuencia, deben comprometerse con la generación de instancias de memoria colectiva que aseguren que nunca más vuelvan a reinar el terror.
Violencia institucional
Una lógica análoga puede aplicarse en torno a la violencia institucional ejecutada a través de las Fuerzas de Seguridad del Estado en tiempos de gobiernos constitucionales. Herederas de los dispositivos represivos consolidados en épocas dictatoriales, recurrieron a mecanismos ilegales e ilegítimos para continuar atentando contra los Derechos Humanos más allá de los límites que teóricamente impone el Estado de derecho. Adentro de las tribunas, en las inmediaciones de los estadios o en cualquier circunstancia de la vida cotidiana, los socios y las socias padecieron y padecen este conjunto de intervenciones que regaron de muerte tantas hinchadas. El gatillo fácil, quizás la expresión más tremenda de esta forma de violencia, sigue atacando los cimientos de una sociedad que debe avanzar por la senda de la democracia. Sería una contradicción que el fútbol y los clubes, surgidos para que la gente construyera la vida con otra gente, no levantaran la bandera de la vida frente a los atropellos represivos y a los discursos que buscan validar los atropellos represivos.
El rol de la mujer en la tribuna
Terrenos en los que históricamente las mujeres se vieron relegadas, el fútbol y los clubes, repletos de chicas que juegan, repletos de chicas que alientan, no pueden mantenerse al margen de un tiempo en el que las desigualdades de género están siendo puestas en cuestión como nunca antes. Problema de toda la sociedad y no sólo de las mujeres, como explica por ejemplo la antropóloga Rita Segato, no puede haber un pleno ejercicio de los Derechos Humanos mientras los femicidios, los abusos y las demás formas de opresión se mantengan de pie en el día a día. Si los clubes son de sus socios y de sus socias y muchísimas socias fueron, a lo largo de años y de años, víctimas de modalidades de violencia que llevan el sello del machismo, ¿cómo no van a tener los clubes la obligación de intervenir en una pelea que está ligada esencialmente con la vida?
El sentido común es fruto de disputas y parte del desafío será generar herramientas eficaces para poner sobre la mesa que el lazo entre el fútbol y el poder fue, es y seguirá siendo potente. Los Derechos Humanos, en el sentido amplio en el que están planteados, implican un compromiso ideológico y político que va más allá de agrupaciones, de partidos y de elecciones: son la única garantía de que todos y todas podamos vivir en un mundo mejor.