Una pelea. Gritos, muebles volando, llantos suplicantes. Dos niños se refugian asustados, pero uno decide salir a ver qué está sucediendo. Después, un solo sonido: el peso de un cuerpo cayendo sobre el suelo. El fiscal, parado desde el balcón, observa a Alicia junto a la pileta. Semidesnuda, boca abajo, con una herida en la cabeza. «¿Suicidio?» pregunta el juez. «¿Qué persona se suicida tirándose de un primer piso?» responde el fiscal. Desde el primer momento, nadie podía creer (ni siquiera los especialistas que trabajaron en la investigación) que Carlos Monzón, el «campeón» como lo llaman todos en la serie, había asesinado a su esposa.
El primer capítulo de la serie muestra la negación. Las pruebas eran contundentes, pero hasta los mismos policías buscaban explicaciones alternativas. La fama era vista como la santificación del deportista, lo que lo alejaba de toda posible maldad.Los medios de comunicación profundizan la crueldad en la historia. Ni siquiera se habían tomado el tiempo de buscar el verdadero nombre de la víctima. «Nosotros somos Muniz, no Muñiz» dice Soledad Silveira, poniéndole el cuerpo al papel de la madre de Alicia. Era una bomba que acababa de estallar y la televisión daba su libre interpretación «el accidente del campeón», «ambos se tiraron por un balcón».
El guión tiene un gran compromiso con la historia completa del protagonista y toma postura desde la primera escena: Monzón fue un femicida. Pero en aquella época, nadie parecía entender que Carlos, con fama y fortuna, podía ser responsable del crimen. La serie avanza en dos tramos paralelos: después del asesinato, con un Monzón adulto que se sentía intocable, y al mismo tiempo se conocen los orígenes del protagonista. Ahí se demuestra como la lucha por sobrevivir en Santa Fe y el camino profesional profundizaron la furia de Carlos. La primera escena donde esto se pone en juego es cuando se lleva una olla de la casa de una vecina. El hambre lo desesperaba, a él y a sus hermanos. Para disciplinarlo, un policía le hace meter la mano en esa misma olla, hirviendo.
La falta de comida, la bronca, las pocas posibilidades, no sirven de justificación del crimen, sino que tejen, como una araña, el camino hacia el desenlace final de Alicia.
La segunda escena del primer capítulo, es en un casino donde los presentes, mientras apuestan, hablan de Michael Jackson. «¿Cómo va a ser pedófilo? Está en la cresta de la ola» La trama desafía constantemente a romper con los estereotipos de los fanatismos para internarnos en un mundo de claros y oscuros, donde la construcción de la masculinidad pasa por la muestra de la rudeza ante los otros.
Bien lo dice Rita Segato: “el mandato de masculinidad es algo que simultáneamente le da una investidura a aquellas personas que cargan un cuerpo masculino y, al mismo tiempo, para mantener esa investidura tienen que hacer una lista grande de sacrificios y uno de ellos es titularse diariamente, nunca caer en la sospecha de sus padres, de sus cofrades, del grupo corporativo, nunca caer en la sospecha de que se ha degradado un poquito en su masculinidad, eso se aprende desde chiquito, entonces las exigencias son exigencias de capacidad e indiferencia en el dolor ajeno, bajo nivel de empatía, de capacidad de crueldad, de capacidad de desafiar los peligros.”
Eso es lo que es el Carlos joven, recién llegado de Santa Fé, que no podía darse el lujo de ganar con puntos. Tenía que bajar a los rivales por knock out para que no haya dudas sobre si podía pelear con un cuerpo raquítico, para alcanzar esa gloria tan deseada y salir de esa pobreza que le dolía hasta los huesos.
Aún faltan varios capítulos y esto simplemente es una invitación a disfrutar de excelente actuaciones y tomar conciencia. Para que nunca más, las luces del ring vuelvan a marearnos y confundamos víctima con victimario.