Posa de espalda al lente. Mira, observa. Su posición es tan sexualidad como el reflejo de esa tapa que la muestra impoluta, posible. Con un color cobre que reviste su piel, su mirada intensa y su cuerpo desnudo, Eva de Dominici representa los cuerpos mercantilizados.
Presentó su embarazo de 9 meses en una revista donde los cuerpos representan estándares de belleza inalcanzables. Donde la imagen es todo, el después no importa. La decisión de brindar esa entrevista es, tan solo, un dato de color. Prevalecen otras vertientes, otro ojo frente a un despojo de armonía. ¿Por qué desnuda? ¿Por qué esa edición que la transforma en una muñeca bronceada hasta los huesos?
Somos lo que vendemos. La hegemonía de la figura predomina por sobre cualquier otra cosa. No es una embarazada con estrías, marcas y celulitis. No importa su decisión de maternar, de ser un cuerpo gestante que desea ese nacimiento.
Esa tapa significa más que una embarazada desnuda, significa el predominio de la sensualidad, de los cuerpos palpables. La imagen es un enorme Titanic que choca con un iceberg enorme: los cuerpos disidentes.
Las representaciones simbólicas en los grandes multimedios significan, para niñas, niños y adolescentes, un reflejo de una verdad irrefutable. Construye relaciones fugaces y triviales, sin generar vínculos ni relaciones de respeto, tolerancia y empatía. Y la competencia vuelve a aflorar.
Francamente, las cosas son distintas. Hay voces que hoy gritan con fuerza y que brillan tanto que destruyen la violencia. Hay cuerpos disidentes de la norma, por fuera de toda obligación moral y estructural. Con los tobillos hinchados, las carnes frontando y las imperfecciones que siempre, desde niñas, nos han querido tapar.
Existen cuerpos que resisten y se rebelan al sistema. Nos quieren infelices, consumistas e incapaces, pero se olvidaron que estamos empoderadas y hermanadas.