Los vecinos de la Villa 31 viven la pandemia del coronavirus sin agua hace diez días. El gobierno de la Ciudad no responde, ya hay una fallecida y el número de contagios crece rápidamente. Por ello, Pérez Esquivel y Nora Cortiñas firmaron una carta pública para denunciar la violación de derechos humanos esenciales.
«¿Cómo puede ser que Rodríguez Larreta pretenda licuar su condición de titular, delegando el derecho constitucional al agua?», preguntan. La situación es de gravedad: mientras el agua llega en baldes para cada familia, el derecho constitucional de acceder a ella se ve coartado por el Gobierno de la Ciudad.
El documento también está firmado por Rita Segato, Adrián Paenza, Wos, Elia Espen, Boaventura de Sousa Santos, Vicente Zito Lema, Liliana Herrero, entre muchos otros.
Carta completa
* Por Adolfo Pérez Esquivel y Nora Cortiñas, con el apoyo de todas y todos los abajo firmantes.
Mediante un documento común, hoy apelamos a la responsabilidad de los funcionarios públicos, al compromiso de los medios de comunicación y a la conciencia de toda nuestra sociedad, para dimensionar y visibilizar la gravedad de la violación a los Derechos Humanos más esenciales en la Villa 31 de Retiro, donde ningún problema entre su titular y la empresa prestataria pueden justificar estos 9 días sin agua para más de 50 mil personas. Anteayer, una vecina del sector Bajo Autopista murió de coronavirus. Pero no sólo de coronavirus. Tenía 84 años, mantenía una salud estable y habitaba una enorme comunidad empobrecida, enclavada en la ciudad más rica de la Argentina. Murió por el abandono y la desidia que padecen silenciosamente 350 mil seres humanos hacinados en las peores condiciones de hábitat. No puede ser en democracia. No puede ser en silencio. No puede ser.
La primera víctima del Barrio Mugica, que podrían ser muchas más de no existir un enfático repudio social y una inmediata reacción estatal, vivía en una habitación de nueve metros cuadrados, su marido de 85 años y su hija, que contrajo el virus; compartiendo un mismo baño con otras 11 personas. No los hisoparon, porque no tenían síntomas. Y tampoco los aislaron, porque recién 48 horas después de diagnosticar a su hija les pidieron “el teléfono de los padres” a los compañeros de La Poderosa, que tienen la captura de pantalla para probarlo. Una y otra vez, nos preguntamos cómo podría ignorar el jefe de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires que semejantes condiciones de pobreza estructural, en el distrito que gobierna una misma gestión hace 13 años, indefectiblemente quedarían en carne viva frente a una pandemia que ahora nos amenaza con una catástrofe. ¿Podía ignorarlo? No. ¿Podía ocultarlo? Sí.
Hoy, lunes 4 de mayo, la máxima autoridad de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires cumple 10 días jugando a las escondidas, a espaldas de la sociedad. No hay que indagar demasiado para entender el porqué. Ahora también en estas líneas queremos expresar nuestra preocupación frente a la responsabilidad, la ética y la sensibilidad del campo de la información. Pues la curva de contagios en la Villa 31 creció un 1900% sólo en cuatro días y el pueblo no recibió más datos oficiales sobre las villas porteñas, desde el jueves a la mañana hasta el domingo a la tarde, cuando livianamente reconocieron la información que gritaban los vecinos: «Los barrios populares saltaron a 182 confirmados en la Capital Federal», de los cuales 107 corresponden al territorio que dejaron sin agua, cuando sólo tenía 3 infectados. Y sí, la Villa 1-11-14 por ahora sigue teniendo agua, pero ahí también murió una mujer sumergida en la pobreza crónica y tampoco se tomaron las medidas del caso, para evitar la proliferación que ya infectó a 67 vecinos más.
¿Cómo puede parecerles normal? ¿Cómo puede ser que hayan aplanado 4 días la curva de las villas en los medios, ocultando la información oficial de la Ciudad? ¿Por qué no hicieron públicos los 83 positivos de la 31 que el Gobierno porteño tenía ya el último viernes, cuando los medios repetían esos «57 casos» del miércoles? ¿Cómo puede haber medios que reiteraran todos esos días el mismo dato, sin preguntar? ¿Cómo puede ser que AySA no detallara públicamente el problema técnico específico o que Galmarini no aclarara en toda la semana por qué no le correspondía atender el tendido interno?
¿Cómo puede ser que Rodríguez Larreta pretenda licuar su condición de titular, delegando el derecho constitucional al agua? ¿Cómo puede ser que no responda ninguna requisitoria de los medios, cuando su propio vicejefe de Gobierno reconoce que recibieron «8 mil» llamados diarios de los vecinos? ¿Cómo puede ser que funcionarios de alto rango intenten instalar «la normalización del servicio», una y otra vez, mientras los vecinos debaten si contagiarse buscando agua o contagiarse movilizándose para visibilizar su situación? ¿Cómo puede ser que no se indignen, ahora más que nunca, por la libertad de prensa? ¿Cómo puede ser que, sea cuanta sea la pauta oficial, se pueda silenciar un crimen tan brutal?
Y si todas esas garantías evidentemente no están dadas por la Ciudad o cualquier distrito provincial, habiéndose tomado ciertas medidas elogiables para el resguardo de los sectores populares al inicio de toda esta pandemia mundial ¿en qué instancia denunciará o confrontará con la Ciudad, el Gobierno Nacional? Bienvenida la mancomunión de la clase política por encima de los partidos y la cercanía necesaria más allá de las discordias de los debates políticos, pero ese marco de convivencia saludable no puede volverse bajo ninguna circunstancia un manto de silencio: todas y todos, debemos esbozar alguna reacción. Acá está la nuestra.
Aislados en la precariedad, los habitantes de las villas pasan a ser un indiscutible “grupo de riesgo”, masivo. Claramente, los mayores niveles de hacinamiento aceleran el contagio y deterioran la salud de quienes padecen enfermedades, ¿verdad? ¿No sabe Rodríguez Larreta que nadie puede enjabonarse cada dos horas, si pasa una semana entera sin agua? ¿No sabe que nadie puede atender consejos para el “aseo”, sin contar siquiera todavía con los sachets de agua potable que los informes de La Garganta exigían un mes atrás, cuando el corte era en Zavaleta? ¿De verdad nos vamos a escandalizar de ver “mucho movimiento en los pasillos”, cuando la gente debe salir de sus casas siete veces por día para cargar un balde, para buscar comida o para cumplir un trabajo informal?
¿Cómo pueden decir tan livianamente que “algunos vecinos no quieren aislarse”, como si no supieran los condicionamientos que sus propias políticas de hábitat les imponen, ahí donde siguen sucediendo los desalojos y los aumentos de alquileres que jamás quisieron regularizar? ¿Cuánto habrá que sufrir para que se materialicen los insumos, los horarios extendidos y el personal de las salitas barriales, ahí donde muchas veces no ingresan las ambulancias? ¿Cómo van a garantizar la dignidad a la hora de la muerte, ahí donde no garantizan la dignidad a la hora de la vida? ¿Hasta cuándo se van a lavar las manos?
Hoy ya no quedan dudas: esta pandemia sí distingue clase social y no afecta del mismo modo al conjunto de la población. Por eso, amen del color partidario que gobierne, todos los estamentos del Estado deben abordar de manera urgente y específica esta realidad que mantiene a miles de familias frente a un riesgo inminente, por la emergencia social, económica y sanitaria. Apenas 10 días atrás, cuando la Villa 31 tenía agua todavía y contaba sólo con tres casos positivos, el propio ministro de Salud de la Ciudad confirmó en persona tener apenas 300 camas preparadas por los Curas Villeros, para más de 25 mil adultos mayores que viven en condiciones inadmisibles. Lo hizo en el marco del respeto, la colaboración y el esfuerzo solicitado a esas mismas organizaciones que hoy pretenden censurar en los medios, mientras improvisan vagas respuestas.
Ya mismo, hoy, ahora, tarde pero ahora, necesitamos que quienes tienen la responsabilidad de gobernar dejen de mirar para otro lado y que asuman su rol como garantes del derecho a la vida, ese derecho que tan cruelmente le fue negado el sábado a una vecina de la Villa 31. No queremos una catástrofe. No la vamos a perdonar.
Está en sus manos.