¿Cómo vive una mamá con un hijo con discapacidad? ¿Cómo logra comunicarse o entender si su verbalidad se encuentra limitada como en muchos diagnósticos de autismo? La palabra más adecuada para describir esos momentos es: desesperación. Pero no desde un lugar egoísta sino porque genera mucha angustia. La impotencia se genera por no poder saber qué le duele a nuestro hijo, o donde se lastimó, si tiene fiebre o no. Debemos maternar diferente.
Somos muchas las protagonistas de esta manera diferente de ser madres. La capacidad que tienen nuestros hijos de trabajar cada día en sus terapias, en su colegio, en casa, nos da la fuerza para transformar esa angustia en acción.
Las mamás en la discapacidad, muchas veces no podemos escuchar o dialogar con nuestros hijos, sino que pasamos a “interpretar” sus necesidades, deseos y emociones. Esta capacidad la veo en cada madre que conozco. Y se traduce no sólo a nuestros hijos, sino al abanico que se abre a su paso: equipo terapéutico, equipo escolar, médicos especialistas. Todos ellos hablan un idioma propio: técnico.
Nosotras seguimos aprendiendo y aprehendiendo. Interpretando ese mix de universo nuevo en el que vivimos con nuestros hijos. Comenzamos a traducir gestos, a usar estrategias rebuscadas para lograr acciones simples o sencillas. El resultado lo festejamos como un título universitario.
Jamás victimizaría esta capacidad, sino que la festejo. No porque crea que la discapacidad es feliz, sino porque estoy convencida que genera fortalezas impensadas.
“Trajes a medida”
Esa fortaleza o capacidad nos une y nos potencia. Esa especie de cuidado entre nosotras va más allá de nuestros hijos, ya que se transforma en proteger y sentirnos protegidas. Es un maternar diferente, para vivirlo, aprender y para valorar a la que lo vive. Y esa valoración se debe materializar.