Todos los testimonios son reales, vividos en carne propia, pero no todos los nombres son reales. Para cuidar a quienes accedieron a contar su historia y para darles el lugar a compartir eso que vivieron y guardaron por mucho tiempo en sus entrañas, decidimos resguardar su identidad.
Compartimos la cuarta parte
Testimonio 18: El privilegio de tener suerte
Fue durante el 2017, tenía 23 años y una hija de 3 años. Estaba cursando el primer año del Profesorado en Educación Inicial. En ese momento estaba en pareja con el papá de mi hija, nos cuidabamos con preservativo, pero creemos que se rompió.
En cuanto me enteré que estaba embarazada supe que no quería continuar con el embarazo. Yo estaba sin trabajo y mi ex pareja cobraba un sueldo muy bajo, vivíamos en una casa prestada y yo quería seguir estudiando.
Tuve la suerte de que mi mamá me apoyara y me pudo ayudar a averiguar cómo realizar el aborto. Fui a una ginecóloga particular que me dijo cómo tenía que tomar las pastillas y me hizo la orden para realizarme una ecografía.
Mi ex pareja quería que continúe con el embarazo, un poco por culpa y otro poco por miedo, tardé algunas semanas en tomar la decisión.
Como dije, tuve la suerte que mi mamá pudiera ayudarme económicamente para comprar las pastillas. Fue ella a la farmacia, al principio no querían vendérselas. Tenía que usar 12 y se las vendían de a 4. Fue 3 veces repartido en tres días. Todas las veces la atendían de mala manera.
El día que decidí realizar el aborto lo hice en casa, mi mamá se quedó a ayudarme. Tomé el Misoprostol de forma oral. En tandas de 3. Después de la segunda tanda empecé con dolores fuertes y pérdidas leves. Levanté un poco de temperatura. En la última tanda, no soporté y vomité. Mi mamá tuvo que salir a mitad de la madrugada a comprar otra vez 3 pastillas para poder terminar «correctamente» el procedimiento.
Durante todo el transcurso me acompañó mi mamá, me cuidaba a mí y a la vez a mi hija que dormía pero se despertaba cada tanto al escucharme llorar. Mi ex pareja dormía en otra habitación porque al otro día trabajaba. Me parece importante también mencionar esto.
Luego de tomar las últimas 3 pastillas, comencé a tener pérdidas y dolores más fuertes. Cerca de las 4 de la mañana empecé a sentir contracciones, sentí necesidad de pujar y lo terminé expulsando. Aborté a las 11 semanas de gestación.
Después de 3 años sigo firme en que fue la mejor decisión. Y, como ya dije, tuve la suerte y el privilegio de poder tener ayuda económica y psicológica (por la culpa que la sociedad me hizo sentir).
Ojalá nunca tengas que abortar, pero si lo haces sea de forma segura, gratuita y legal.
Testimonio 19: abortar dentro de la legalidad (Uruguay)
Estaba en pareja, me enteré del embarazo en mayo del 2019. Las únicas personas que lo supieron en el momento fueron mi pareja, una amiga y mi jefe (que también era jefe de mi pareja y le tuve que explicar por qué faltaba). A mi familia nunca me animé a contarle porque si bien sé que ellos hubieran apoyado mi decisión, no podía enfrentar qué significaba lo que estaba haciendo.
En mi familia el sexo siempre fue un tema muy tabú y, por ende, todo lo relacionado a ello está muy desnaturalizado. Para mí eso fue lo más difícil de todo, ocultárselo a ellos, no tener el valor de contarles por miedo de lo que pensarían de mí.
Después, el proceso médico fue rápido. Acá (en Uruguay) después de que te entregan los resultados y decidís iniciar el IVE, tenés una consulta médica donde te hacen una ecografía. Luego tenés una reunión con un grupo multidisciplinar con un psicólogos psiquiatra y una ginecóloga. Te explican el proceso, y en la siguiente te recetan el Misoprostol que ingerís en tu casa.
Yo tenía 19 años cuando me enteré, en el medio pasé mi cumpleaños en casa, sabiendo que estaba embarazada y no se lo decía a nadie. Fue horrible.
Por mi cabeza nunca pasó la opción de seguir con el embarazo. Realmente no quiero hijos, ni ahora ni más adelante tampoco.
El proceso desde que tomé la primer pastilla fue súper doloroso. Lo expulsas a través de contracciones. En ese momento la carga psicológica despierta un torbellino de sensaciones. Y cuando pienso en ese momento, en esos días y en cómo me sentía, no puedo comprender lo difícil que debe ser atravesar eso, sumado a la condena social y legal que atraviesan mujeres en otros países. Es un momento muy íntimo, una decisión personalísima. La maternidad no puede ser una imposición. Y si me hubiera visto obligada, se arruinaba mi vida realmente.
Legal o no, hubiera interrumpido mi embarazo. Y el poder hacerlo sin problemas fue el mayor alivio que sentí en la vida. Si bien en el momento fue todo muy fuerte, no tuve secuelas, no me arrepiento, no es un trauma. Tampoco me determina como mujer esa decisión.
Quizás la forma en la que lo viví yo fue de las más “fáciles”. Estuve acompañada, por mi pareja y por la institución médica. Pero me gustaría desmitificar esa idea de que lo peor que te puede pasar como mujer es abortar, realmente no, es un proceso médico doloroso. Pero como cualquier otro.
Testimonio 20: Acompañar
Acompañar a alguien que decide abortar implica mucha empatía e implica conocer cuáles son las herramientas desde el Estado, porque hay herramientas. Implica comprender, acompañar, estar atenta, todo eso implica. Y mucho compromiso con el antes, el durante y el después.
Lo que me pasó en particular es que empezó a circular mi teléfono por el barrio. Eso habla mucho de la falta de información con los protocolos, tanto provinciales como municipales. La falta de información se nota muchísimo. La mayoría de las personas que me consultaron no sabían que era un procedimiento legal, que no era clandestino. No es una información a la que se acceda por dos motivos: no es ley y varía según los municipios.
En mi caso, en Avellaneda, mi rol era acompañar a las mujeres que se presentan. Esto también fue a través de la militancia. Si había alguna vecina o vecine que quería interrumpir su embarazo, tratábamos de hablar para que se sienta en confianza y sepa que es dentro del marco de legalidad.
En nuestro caso derivábamos con la unidad sanitaria correspondiente para que se pueda realizar la entrevista interdisciplinaria, una ecografía y después acceder a la práctica. En su momento era ahí y ahora es en su propio domiciliario.
El sentimiento que predomina es ambiguo. Por un lado, una se siente útil. Siente que está ayudando a realizarse a la otra persona en su deseo. Y, por otro lado, te das cuenta de la falta de información.
Con la ley tiene que venir necesariamente la visibilización y acompañamiento. Sobre todo porque la información es poder. A muchas mujeres les pasa que no la tienen y son violentados por el servicio público o privado. No en su totalidad, pero sucede. Es necesario que existan equipos de profesionales, gente de su propio ámbito de contención. Es un tema álgido y no escapa nada de la propia idea que la mujer puede tener sobre ella, influida por su contexto e influida por una visión cultural de lo que es la maternidad.
Testimonio 21: el abrumador silencio de la soledad
Era mi amiga. Fue en el año 1994, teníamos 19 años. Ella no quería saber nada con tener un hijo. El método anticonceptivo falló, no sabe cómo, ni por qué, pero falló. No era su pareja, pero cuando él lo supo decidió borrarse, así nomás.
La acompañé a ver a un médico que, supuestamente, podía ayudarnos. Fuimos solas, fuera de nuestra ciudad para que nadie más sepa lo que íbamos a hacer. Nos pedía mucha plata, no la tenía. No podíamos juntarla y el tiempo avanzaba.
Unos días después fuimos a otro lado, «más barato», decían, pero costó realmente caro. Ella entró a un cuarto, a mi no me dejaron entrar, yo me quedé en la vereda. Era algo chico, de mala muerte. La esperé dos horas. Nos habían dicho que era algo rapidito, que no dolía. Y dolió. Mi amiga no salía y la fui a buscar. Estaba acostada en una camilla, sucia. Me dijeron que me la lleve de ahí, que la saque y no vuelva. Estuvo como sedada todo el día hasta que se desmayó. Terminó internada, en coma. Cuando le hicieron estudios, encontraron que le habían dejado una parte adentro. Estuvo días internadas, rozando las semanas. Se recuperó, un tiempo después, pero no quiso volver a hablarlo. Casi se muere en soledad, sin más nadie. Solo yo, a 50 metros.