La libertad de expresión es bandera en los estados democráticos. Podemos ejercer este derecho para hacer y decir lo que opinamos o creemos sobre un hecho en particular. A ello se suma la libertad de pensamiento, libres de pensar y decir.
¿Qué podemos hacer con este derecho? Según la ONU, podemos investigar, recibir información, opinar y difundir ideas por cualquier medio. Además, nadie podrá censurar previamente o molestar a un otro para invalidar su posición.
La libertad de expresión enriquece los debates, amplía el mercado de ideas, construye posturas y partidos políticos. La retroalimentación, la reconstrucción de sentidos y la deconstrucción del propio sentido común permite, de una forma u otra, quebrar monopolios instalados históricamente.
De hecho, el artículo 14 de la Constitución Nacional -que tanto nos gusta citar- señala una división: el derecho a informar, el derecho a informarse y el derecho de buscar información. ¿A qué apunta esta división? En primer lugar, la posibilidad de compartir y difundir ideas sin censura; segundo, el acceso a diversidad de fuentes para obtener información o formar una opinión; y, por último, alcanza a la investigación o búsqueda.
Asimismo, la Corte Interamericana reconoce que el derecho de expresión no puede estar separado al medio por el que se comparte. Es decir, a esa posibilidad de expresar, se suma el derecho a contar con un espacio para difundirlo.
Pero ojo, poder decir lo que queramos no implica ser impunes e irresponsables. Tampoco implica verdades absolutas, incuestionables o polarizadas. Somos dueños de nuestras palabras, pero también presos de ellas. ¿Qué quiero decir? Que las verdades no son subjetivas e individuales, son debatibles y que, todo lo que creemos como incuestionable y «predicamos» como tal, nos obliga a hacernos cargo y ser responsables de ello.
De abusos y atentados a la salud pública
Ahora bien, el artículo 13 de la Convención de la ONU no permite decir cualquier cosa bajo el argumento de la libertad de expresión. De hecho, puntualiza que no se pueda hacer una censura previa, pero sí después. Es decir, se puede aplicar la responsabilidad ulterior de quien haya abusado de este derecho.
En la misma línea, la Corte Interamericana tiene ciertas limitaciones: perjudicar la reputación o derechos de otras personas, la protección de la seguridad nacional, el orden público, la salud o la moral.
Todos y todas conocemos a un comunicador o comunicadora que desinforma, atenta contra la salud o el orden público. A muchxs los leemos en redes sociales, otros tantos en la televisión y no nos olvidemos de la radio y los diarios.
Ivana Nadal tomó relevancia el último tiempo. Si bien lo que haga con su vida, lo crea o piense no es algo que nos pueda preocupar, lo que dice y hace sí. En un contexto de pandemia, donde la sobreinformación nos bombardea, desinformar y mentir es un problema.
«¿Cuál es la sensación que te da el barbijo? ¿No te ahogas? ¿No sentís como respiras aire caliente? Como el dióxido de carbono da vueltas adentro del barbijo», la punta del Iceberg.
No reproduzco la idea con el fin de darle reconocimiento, sino para comprender y reconocer que desinformar es un abuso al derecho a la libertad de expresión. ¿Quién es Ivana Nadal y qué tipo de especialización tiene para opinar, con certeza, sobre el uso del barbijo? Solo es una influencer con pensamiento mágico que usa sus redes sociales y se basa en personas que no son científicas, ni médicos, ni epidemiólogos. ¿Su respaldo? Gurús espirituales.
Facundo Moyano, ni lento ni perezoso, dijo que le daba desconfianza la vacuna y opinó, muy suelto de palabras, que el COVID era una enfermedad psicosomática.
En la misma línea, pero en la televisión y con gran difusión en las redes por lo que sus dichos generan es Viviana Canosa. Una comunicadora que pasó de informar sobre la vida de los famosos a tomar lavandina en vivo y decir que la vacuna contra el coronavirus te mata. ¿Por qué lo dice? ¿Qué gana? Nada, al contario. Los padres de un niño en Neuquén creyeron que dándole CDS a su hijo de seis años lo iba a ayudar contra el COVID. El nene murió.
Otro que fue cobrando relevancia en este último tiempo es Marcelo Peretta, un sindicalista –secretario general del sindicato de farmacéuticos y bioquímicos- que se opone a las vacunas y fue quién afirmó que podían matarte. Para ser sindicalista, mucho de patrón y poco de trabajador.
Negacionismo y barbarie
Podríamos mencionar decenas de comunicadores y comunicadoras que abusan de la libertad de expresión y van por la vida con la Constitución bajo el brazo para justificar su accionar o aquel con el que coinciden, pero vamos a limitarnos al último y más reciente.
Como es el caso de Marcelo Longobardi, con una basta experiencia en los medios, soltó en el programa de Lanata que había que «formatear la Argentina de un modo más autoritario». De paso le pegó a los negros, a los pobres, a todo aquel que no conforma con el perfecto estereotipo macrista. Es repudiable, es violento y negacionista. ¿A la dictadura militar no la llamaron «reorganización nacional»? Desatinado. Después pidió disculpas, pero lo dijo. Y otros lo defendieron. Peligroso.
Podemos no acordar ideológicamente, posicionarnos en veredas opuestas e incluso tener subjetividades y visiones que nunca van a cruzarse, pero no se trata de ello. Se trata de construir una comunicación que reconozca las desigualdades, apele a la crítica y al posicionamiento consciente, responsable y contundente.