En 1995 Argentina vivía los años duros del neoliberalismo mientras en Mataderos se gestaba un disco que cambiaría la historia de una banda que venía de casi 10 años de trayectoria.
La Renga nació a finales de 1988 en Mataderos y comenzó a sumar integrantes hasta quedar con una formación estable integrada por Gustavo “Chizzo” Nápoli, y los hermanos Gabriel “Tete” Iglesias y Jorge “Tanque” Iglesias.
Comienza la creación
El 24 y 25 de noviembre la banda ofreció dos shows en el mítico Estadio de Obras en los que tocó canciones inéditas hasta el momento, con el objetivo de testear la reacción del público que colmó el lugar. Así, los acordes y los versos de “Desnudo para siempre”, “Balada del diablo y la muerte”, “Hablando de la libertad” y “Veneno”, llenaron cada rincón del estadio y generaron una emoción muy fuerte entre el público. Así, La Renga se dio cuenta de que era hora de un cuarto álbum.
Se sumergieron en un proceso creativo donde las ideas volaban y se entrecruzaban para darle forma a las canciones.
La inspiración llegó por lugares muy distintos. Por un lado, Chizzo había estado leyendo dos libros del antropólogo Carlos Castaneda: «Las enseñanzas de Don Juan» y «Viaje a Ixtlán», donde quienes narran cuentan sus experiencias con un chamán y el viaje hacia el autoconocimiento que experimentaron durante esas charlas. Esto lo llevó a incorporar varias frases de los libros a versos de algunas canciones como «Hablando de la libertad» donde Chizzo reza «Sólo un camino he de caminar, cualquier camino que tenga corazón». Por el otro, canciones como “Lo frágil de la locura”, surgieron producto de un viaje en moto que compartieron Chizzo y Tete en el que tuvieron contacto con integrantes de los pueblos originarios que relataron sus historias de tragedia y abandono.
Y entre viajes y libros nacieron las 11 canciones que hicieron de este álbum una pieza única. Para empezar, fue el primero editado por la banda bajo un sello comercial: Polygram. Contó nada más ni nada menos que con la producción artística de Ricardo Mollo.
El arte que representa
Cuando llegó la hora de armar el arte del disco la figura del ilustrador Marcelo Zeballos fue esencial. Adrián Muscari, por entonces director artístico de Polygram y principal responsable de que La Renga firmara contrato con la discográfica fue quien se lo presentó a la banda.
La primera vez que se reunieron, Chizzo le contó a Zeballos que quería un diseño que representara la dualidad entre el bien y el mal.
Zeballos, que era un estudiante de arte de la UBA de apenas 23 años pintó una caótica ciudad donde convivían montañas, un molino de viento, la Estatua de la Libertad, edificios, la Torre Eiffel, una pirámide, la Casa Rosada, las vías de un tren y una figura de un ángel que al girar la cartulina 180 grados se convertía en un demonio. De eso, en la tapa solo quedó el ángel.
Las repercusiones
El disco fue recibido con buenas críticas y mucha emoción especialmente por parte del público. En solo una semana se vendieron más de 100.000 copias. La banda emprendió así, giras que los llevaron a conocer España y Uruguay y a recorrer varias provincias de Argentina lo que aumentó el número de fanáticos.
Fue elegido además para estar en el puesto número 73 de la lista de los mejores 100 álbumes del rock argentino, elaborada por la revista Rolling Stone.
Algunas canciones se convirtieron en hits que sonaron y continúan sonando en las radios. Y con “Hablando de la libertad”, surgió una conexión tan particular en relación al público que la banda decidió convertirla en el himno con el que cierra todos sus shows.
Pasaron más de 25 años de la salida del disco y sus canciones siguen sonando. La Renga continúa su camino y sigue cantando en un mundo que por momentos parece despedazado por mil partes.