La construcción política del feminismo está llena de contradicciones. También sabemos que no se trata de un feminismo único, sino que confluyen distintas vertientes y posicionamientos frente a diversas situaciones.
El patriarcado es un sistema arraigado, difícilmente de desterrar y estructurado en nuestra sociedad. El trabajo es diario y todas las acciones que llevemos adelante pueden vislumbrarse en años o décadas. Antes del capitalismo, después, durante, el patriarcado es trasversal. El machismo lo es.
Es importante cuestionar las prácticas discursivas. También lo es hacerlo desde un lugar de construcción sociopolítica, sin atribuir tal o cual cosa a un grupo ínfimo. Todas las personas, dentro y fuera del movimiento, estamos aprendiendo y construyendo desde distintos lugares. No hay un solo tipo de militancia y eso enriquece absolutamente el movimiento.
Sin embargo, hay cosas que nos distancian. Mucho feminismo popular se vuelve antipopular cuando de cuestiones futbolísticas se trata. La alegría de un pueblo por una copa despertó un sinfín de mensajes que se acercan más a la derecha que a los grupos sociales más vulnerables.
Nadie debe sentir la obligación de querer a la Selección o de disfrutar del fútbol. Podemos poner en tela de juicio la cultura del aguante, la violencia y un sinfín de prácticas machistas que representan a una sociedad que vive y hace exactamente lo mismo afuera de la cancha.
Es sumamente difícil interpelar a ciertos sectores y contribuir a un cambio estructural. Al parecer, tratar a una sociedad de ignorante por el goce que despierta el fútbol no es el camino. Y también ese discurso antipopular, se acerca a una derecha que quiere que el pobre no sea feliz porque, justamente, es pobre.
Y no quiere a las masas festejando nada. Tampoco el canto de alegría. Después de dos años de pandemia, la mitad de un país sumido en la pobreza, marginalidad y desempleo, ¿ser felices un rato es un pecado? ¿Está mal?
Otra vez el fútbol pareciera una cosa de machos. Otra vez corremos por derecha todo lo que nos molesta. Y otra vez nos excluyen a mujeres y diversidades del placer. ¿Si nos gusta el fútbol somos menos feministas? ¿Tenemos menos compromisos con las causas que nos unen?
Y nos corremos por todos lados, como si fueran obviedades. Empezamos a agrietarnos porque si no sos antiespecista y comes derivados de animales no podes ser feminista. También cuando toman fuerza discursos que desconocen la identidad de género. O, más bien, se vuelve tan cerrado e intelectual que hace agua la consciencia social.
El fútbol tiene que cambiar. Las tribunas también. La sociedad en general debe hacerlo. Pero lo popular reúne sin hacer diferencias sociales, contribuye a la alegría de las masas, de trabajadorxs y desempleados. No hay clases sociales y el de al lado pasa a ser un par. Y el grito se vuelve uno cuando el árbitro pita el final del partido y, por fin, ves a tu equipo levantar una copa.
Que el pueblo sea feliz un ratito no daña a nadie. No tira abajo ninguna lucha. No se olvida para siempre de nada. Al otro día hay que levantarse y salir a trabajar, o a patear las calles para encontrar un lugar que te quiera tomar. Al otro día tenés que encarar las obligaciones, las luchas y todo lo que antes del sábado pasaba en tu vida.
Y sí, los jugadores van a seguir siendo millonarios. Y sí, el mercado del fútbol es durísimo. Pero, por un ratito, el pueblo argentino se abrazó a una ilusión, una entre tanta mierda.