El viento sopla, y decenas de zapatillas se balancean en el barrio de Once. Están colgadas en cables, señalizando un final trágico que pudo evitarse.
La tragedia de Cromañón marcó a una sociedad que históricamente encomendó en los jóvenes sus frustraciones y miedo. El goce de lo que era una procesión, se transformó en 194 almas destituidas de sus cuerpos.
La muerte viene siempre acompañada de incertidumbre. Algunos pensamos que estamos preparados para lo que nos depare el destino, pero no siempre es así. Cómo explicar que jóvenes, pibes que querían bailar un par de rocanroles, festejar con familiares o amigues, terminaron huyendo de las llamas, pero atrapados en la desidia estatal y en la connivencia política que los empujó a su propia muerte.
De esas 194 personas que hoy no vuelven, la mayoría no superaba los 20 años. Pibes y pibas que se fueron de sus casas con la retórica de que iban a volver. A Chabán el boliche le duró 8 meses, pero el final de su proyecto marcó también el final de cientos de sueños.
Aquel 30 de diciembre de 2004 se abrieron las puertas del infierno. No, claro que no es una manera de decir: es una realidad. Aquel 30 de diciembre de 2004 en un abrir y cerrar de ojos, todo fue gritos, desesperación y culpa. Por qué te fuiste, por qué no estás, por qué la bengala, por qué las salidas de emergencia se convirtieron en trampas mortales. Por qué, por qué y por qué.
Muchas de esas preguntas tienen respuestas, otras no tanto. Otras nunca podrán responderse. A la incertidumbre jocosa, la mentira pública. Hoy familias siguen exigiendo justicia. Hoy también se siguen amontonando nombres de pibes y pibas que no aguantaron más, que se hartaron del tortuoso recuerdo, del no poder olvidar. A 17 años: la música no mata y el rocanrol siempre mantendrá vivo el recuerdo de esa juventud maravillosa.
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