Marcelina Molina tenía 31 años y había migrado a Argentina hacía cinco. Llegó al país a mediados de los 90′ con su marido Froilán Torres, un albañil, también boliviano y padre de sus dos hijos. Ella era repositora de un supermercado y trabajaba de manera informal, como muchos migrantes que sufren constantemente precariedad laboral.
Vivían en Ezpeleta. Un 10 de enero, Marcelina se subió al tren Roca para llevar a su bebé de 20 meses, Alejandro Josua, a la guardia. Además de su hijo, Marcelina cargaba bolsos porque no sabía cuanto la harían esperar para atenderla.
Era una mañana de verano, el tren estaba saturado y seguramente la falta de aire impacientaba a los pasajeros del Roca.
Marcelina tenía que acercarse a la puerta para salir. Un testigo contó que nadie le cedió el asiento y tuvo que viajar parada durante todo el trayecto.
Tras la reconstrucción del hecho, ella habría golpeado con un bolso a uno de los pasajeros, incidente que habría despertado un ataque xenófobo, racista y repudiante.
Los pasajeros empezaron a manifestar su odio gritándole, “Boliviana de mierda»; «¿No miras cuando caminas?”; “volvé a tu país”, entre otras expresiones que solemos escuchar aún en nuestra cotidianeidad.
Un pasajero pidió a los atacantes que se calmen, que era una mujer con un bebé, lo que despertó la ira de otros pasajeros que empezaron a atacar a quien había defendido a Marcelina. “Los bolivianos nos sacan el trabajo, como los paraguayos y los peruanos”, se escuchó gritar. También acusaban que “vienen a vivir de planes”. Era el vagón del horror, dónde empujaban a una mujer con su bebé en brazos.
Hasta el guarda del tren se sumó a la violencia al grito de “otra vez los bolivianos armando quilombo” y posteriormente se alejó del vagón sin intervenir en lo absoluto.
El ataque de Marcelina y su bebé terminó con el final más trágico que podíamos esperar. Entre insultos y empujones, la tiraron fuera del tren cayendo en la vías antes de llegar a la estación de Avellaneda.
¿Qué paso después?
La empresa de trenes se lavó las manos, desentendiéndose completamente del asesinato. El marido y la cuñada llenaron la estación y zonas de Avellaneda con fotos de la mujer asesinada y su bebé, buscando testigos que hablaran del caso. La respuesta de la empresa fue arrancarlos y prohibirlos.
Ningún testigo se presentó a explicar lo que había sucedido, salvo el joven que la defendió en medio del violento ataque. No solo dio detalles de cómo la agredieron previo a asesinarla, sino que detalló que después de tirarla alguien gritó “Uh, Daniel, la puta que te parió, la empujaste”.
Los bomberos tardaron media hora en llegar. Además, Julio (testigo) le describió a la policía que había sido un ataque, pero los policías no lo escucharon ni le tomaron los datos.
Finalmente, la causa quedó caratulada como «averiguación de causales de muerte». Julio, declaró que sufrió presiones e intentos de soborno de parte de la empresa TMR, para que no testificara.
La empresa argumentó que Marcelina caminaba por el sector de vías cuando fue rozada por el tren, lo que le provocó la muerte. Posteriormente, el testimonio del único testigo fue descalificado por el fiscal de la causa, Andrés Devoto, del departamento Judicial de Lomas de Zamora y la causa fue cerrada.
Día de las Mujeres Migrantes
A partir del asesinato de Marcelina, todos los 10 de enero se la recuerda en el marco del Día de las Mujeres Migrantes.
Marcelina no solo murió por migrante, sino que la mataron por mujer y por pobre. Es momento de cuestionarnos el racismo naturalizado y a xenofobia con la que crecimos.
Hay que ser consiente del poder que tiene el odio y la violencia colectiva. Debemos que asumir la responsabilidad que tenemos cuando presenciamos una situación violenta y no hacemos nada al respecto.
Quienes la insultaron son culpables, quienes se callaron son cómplices. Justicia para Marcelina y su bebé.