El 25 de enero de 1997 dos balas atravesaron el cráneo de José Luis Cabezas, fotógrafo que logró mostrar el rostro más enigmático y buscado en esos años.
José Luis Cabezas nació en Wilde, Avellaneda. A lo largo de su vida se destacó por la versatilidad de su trabajo y las fotografías que logró retratar de grandes personalidad. Eduardo Duhalde, Mirtha Legrand, Les Luthiers, Mario Pergolini, fueron algunos de sus destacados.
El camino a Yabrán
En 1996, junto a su compañero Gabriel Michi, cubrieron temporada en Pinamar. Para ese entonces, era una obsesión conseguir la foto de Yabrán, un reconocido empresario que en el año 1995 fue denunciado en el Congreso por el mismísimo Cavallo. Su nombre se sabía, pero su cara era un misterio.
Antes de la consagración, comenzó a recibir información de dónde podría parar el hombre del misterio. Siguiendo algunos consejos y datos concretos, Cabezas logró la foto emblemática que tantos querían, luego de varios intentos. Sin embargo, no se imaginó lo que implicaba hacer visible a un invisible.
La Revista Noticias publicó la foto el 3 de marzo y con su publicación comenzaron las amenazas. Yabrán había advertido un tiempo atrás que una foto suya era como si le «metieran un tiro en la cabeza».
En el verano siguiente, en 1997, volvieron a cubrir junto a Michi la temporada en Pinamar. Ese verano, precisamente el 25 de enero, Cabezas fue a cubrir la fiesta de cumpleaños del empresario postal Oscar Andreani.
Luego de varias horas, Cabezas se fue a las cinco de la mañana. Se subió al auto que le había alquilado la revista Noticias, Ford Fiesta blanco, y emprendió viaje. A metros de la entrada de su casa, lo abordaron dos hombres que lo golpearon y se lo llevaron hasta donde el lugar donde fue asesinado.
Horas más tarde lo encontraron dentro de una cava al costado de la ruta a 16 kilómetros de Pinamar. Estaba atado dentro de un coche, con dos tiros en la cabeza y calcinado.
¿Qué pasó con Cabezas?
Los días que siguieron mostraron la fuerza de la movilización en busca de la verdad. Pero también la connivencia política y la participación necesaria de policías y bandas organizadas.
Dos días después del crimen, el 27 de enero, se hizo el primer identikit a los sospechosos de haber estado vigilando la casa de Cabezas durante el verano de 1997.
Nadie era fiable. Para el presidente de ese entonces, Carlos Saúl Menem, no fue un crimen político. Por su parte, el gobernador bonaerense, Eduardo Duhalde, aseguró que el crimen estaba relacionado a la profesión del fotógrafo, pero después comenzó a modificar su discurso.
A cuatro días del asesinato, una mujer se presentó como supuesta testigo. En una declaración de cinco horas, aseguraba que sabía y conocía los detalles. Pero, como todo lo que se fue sucediendo, se supo que era una testigo plantada, una persona que recibió plata por testificar. Al día de hoy, se desconoce quién efectuó el pago.
Al día siguiente, se encontraron varias irregularidades en la investigación como por ejemplo, se borraron huellas, se pisó la zona donde estaba la escena del crimen, contaminación, etc. Cada día parecía más difícil saber qué pasó con Cabezas.
A la par, las calles se inundaban de personas. Miles pedían justicia, avasallando los medios y a la política. Duhalde pasó de entrevistar a testigos «para colaborar con la causa», a contactar a dos mentalistas. Incluso llegó a afirmar que todo esto era un mensaje para él.
Los días que siguieron y el rol de la policía
Y empezaron a complicarse las cosas. El secretario de Seguridad bonaerense, Eduardo De Lázzari, relevó de la investigación de homicidio al comisario inspector Carlos Rossi por demorar la indagatoria. Rossi había declarado que en lugar de buscar a los responsables entre la policía, había que buscarlo entre los periodistas.
A su vez, se declaró prescindible al titular de la comisaria primera de Pinamar, comisario Alberto Gómez. Y, a ello se sumaron siete nuevos identikits de sospechosos que identificó un testigo.
Y las denuncias continuaron. Un sargento denunció a otros dos policías porque lo amenazaron de muerte y porque habrían participado del crimen del fotoreportero.
La investigación, a los tumbos y con obstáculos, también llegó a “Los horneros”, una banda reclutada por Gustavo Prellezo, a quienes llevó a la costa y alojó en un lugar que alquiló específicamente para ellos.
Prellezo no solo los recibió y hospedó, también dirigió el secuestro y el asesinato de Cabezas. Y ahí ase destapó una olla de coimas, violencia y corrupción.
Todos hicieron su aporte. El comisario de Pinamar liberó la zona; Prellezo fue el nexo con el jefe de custodia de Yabrán y los integrantes de los Horneros que se encargaron de secuestrar a Cabezas; y los oficiales que instigaron al crimen como Sergio Camaratta y Anibal Luna.
¿Las consecuencias?
Duhalde desarticuló la policía bonaerense. La «mejor policía del mundo» se dividió en 18, destruyendo todo concepto existente sobre el compromiso de la policía. Asimismo, se transformaron de héroes a verdugos.
El presidente de la Nación se desatendió del contexto. Menem, bueno Menem decidió reunirse con Yabrán para hacer negocios después de que todas las sospechas apuntaban a él. De la Casa Rosada Yabrán se fue apedreado por quienes rechazaban la reunión que en ese momento, y en este, resultó chocante y preocupante.
Los integrantes de los Horneros, por su parte, le enviaron una carta a la familia de Cabezas pidiendo disculpas y advirtiendo que ellos no habían tirado el gatillo. Explicaron lo que sucedió, pidieron perdón y apuntaron contra la policía que los habría engañado.
Y cuando finalmente decidieron ir a buscar al empresario, este se habría metido un tiro en la cabeza cuando fueron a detenerlo. Su muerte fue por mucho tiempo un signo de desconfianza. ¿El hombre que había permanecido décadas en el anonimato no podría volver a la clandestinidad?
¿Cómo quedaron las responsabilidades?
Alfredo Yabrán habría sido el autor intelectual. Pero se suicidó antes de ser detenido.
Sergio Gustavo González fue condenado a perpetua porque la Cámara de Apelaciones de Dolores estableció que fue él quien hizo arrodillar a Cabezas antes de recibir los disparos.
Tres años después, junto a los integrantes de los Horneros, sufrieron una reducción de condena. Luego de 9 años, pagó una fianza de 20 mil pesos y en febrero de 2005 quedó libre.
Auge y Braga, integrantes de Los Horneros, también tuvieron que pagar fianza. ¿Quién puso la plata? Su abogado, Fernando Burlando. También liberados en 2005.
Gregorio Ríos, condenado por instigador del asesinato, pero al acceder a beneficios su pena también se redujo.
Luna fue liberado en 2006, luego de pagar una fianza de 40 mil pesos.