Hoy les compartimos el segundo capítulo de nuestra nueva serie «fotoperiodismo». Vamos a hablar de una persona muy importante en este mundo y no solo por su trabajo, sino porque el fotoperiodismo es un espacio que parece ser mayormente integrado por hombres. Pero no es así. Existieron y existen mujeres fotoperiodistas con un gran talento. Margaret Bourke White fue una de ellas y por eso hoy les traemos su historia.
Sus inicios
Margaret White nació el 14 de junio de 1904 en el Bronx, un barrio muy humilde de la ciudad de Nueva York.
Después de pasar por varias universidades, sin encontrar nada que la apasionara, fue una cámara de fotos lo que le marcó su nuevo camino. Y eso que en un principio había nacido como un hobby compartido con su padre, el ingeniero e inventor Joseph White. Con el tiempo comenzó a tomar cada vez más valor en su vida.
Durante su estancia en la universidad de Columbia, asistió a clases de fotografía impartidas por el fotógrafo Clarence H. White.
Sus primeros trabajos
En 1928 se graduó en la universidad de Cornell con una Licenciatura en Bellas Artes. En esos meses había empezado a retratar edificios con una cámara que fue regalo de su madre. Después de eso decidió mudarse a Cleveland, donde abrió un estudio de fotografía especializándose en fotografía industrial y de arquitectura.
Fue así que su interés por la tecnología y los avances en el campo de la ingeniería y la arquitectura la llevaron a trabajar con varios arquitectos e ingenieros. Los nuevos edificios y todo tipo de avances industriales fueron los objetos inmortalizados con su cámara.
Además, comenzó a incorporar el flash, una herramienta hasta ese momento muy poco usada y que le permitió que sus fotografías tuvieran un estilo único.
Sus trabajos en revistas
En el año 1929 se sumó al equipo de la revista Fortune de la mano de Henry Luce, un millonario que pretendía retratar en la revista la importancia de la industrialización. Y fue este trabajo el que la llevó a la Unión Soviética a principios de los años 30 a fotografiar las maquinarias industriales. Y fue la primer mujer en lograrlo.
En 1936 la revista Life también propiedad de Luce -dueño de Fortune- la contrató para la fotografía de tapa del primer número de la nueva etapa de la revista.
El 23 de noviembre de 1936, Life salió a la venta con una fotografía de Margaret en la portada. Y fue un reportaje sobre la construcción de una presa la idea que salió a la luz. Y ella, quizás sin darse cuenta, sentó las bases para un nuevo sub-género del fotoperiodismo: el ensayo fotográfico.
Con el final de la Segunda Guerra Mundial, Margaret regresó a Europa. Allí fue testigo de la barbarie al fotografiar los horrores de la Alemania nazi. Y fue el campo de concentración de Buchenwald lo que quedó inmortalizado en sus imágenes. Las pilas de cadáveres desnudos, los restos de huesos en los hornos, y miles de cosas más que tienen a la muerte como elemento en común.
«Usar una cámara era casi un alivio. Esta interponía una ligera barrera entre el horror en frente mío y yo misma», aseguró.
Este trabajo le valió varias críticas por la crudeza de las imágenes. Pero ella consideró que era una obligación hacerlo. Y la revista Life publicó las imágenes saltando su propia política de no publicar los aspectos más desagradables de la Segunda Guerra Mundial. Y fue ella misma quien fotografió, en abril de 1945, la liberación del campo de Buchenwald.
Durante los años siguientes Margaret viajó por varios países como Sudáfrica, Canadá o Corea para fotografiarlos y contar sus historias.
Pero sin dudas, el momento más importante de ese viaje fue su entrevista con Mahatma Gandhi, el dirigente pacifista-independentista hindú en 1948.
Horas antes de que lo asesinaran, Margaret le tomó las que terminaron siendo sus últimas fotos.
Sus últimos años
Margaret parecía no tener freno. Pero en 1956 los primeros síntomas de la enfermedad de Parkinson aparecieron. Y aunque ella intentó seguir trabajando hasta que la enfermedad avanzó demasiado.
El 27 de agosto de 1971 Margaret falleció a los 67 años. Dejó una inmensa trayectoria. Y logró ese deseo que muchos años antes había escrito en su diario: “Quiero hacer todas las cosas que las mujeres nunca han podido”.