La alimentación es una necesidad básica, es un derecho fundamental adquirido. Nuestros alimentos nos definen, caracterizan una cultura, son recursos centrales para conformar una comunidad. El filósofo Ludwig Feuerbach decía que “somos lo que comemos”. Sin embargo, la crisis alimentaria global denominada “maremoto silencioso” se ha incrementado en las últimas décadas y desde 2014 parece no tener respiro en su espiral ascendente.
La concentración de la industria, la desigualdad económica y la falta de un desarrollo sostenible en la perspectiva productiva han aumentado la inseguridad alimentaria en el mundo, y la Argentina no es la excepción.
Según cifras de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), en nuestro país, en el que se estima se producen alimentos para 400 millones de personas, cada año se desperdician alrededor de 16 millones de toneladas de alimento, lo que representa una pérdida de 362 kilos por persona.
En ese contexto, el 29 de septiembre fue elegido en 2019 como el Día de la concientización sobre pérdida y desperdicio de alimentos a pedido del gobierno argentino en la 41° Conferencia de la ONU desarrollada en Roma.
El objetivo es establecer una agenda de concientización sobre la inseguridad alimentaria para cimentar el camino hacia un desarrollo más sostenible en la producción, que beneficie tanto a la sociedad y al ambiente como al circuito económico que culmina en el consumidor.
Desde la otra vereda de las grandes industrias que concentran la producción alimentaria, están los pequeños y medianos sectores, las cooperativas y organizaciones campesinas que trabajan a diario en un modelo alternativo, uno que promueva alimentos de calidad, saludables y accesibles para la sociedad en su conjunto.
Democratizar el sistema alimentario en Argentina
Diego Montón, referente de la Mesa Agroalimentaria, que nuclea organizaciones como la MNCI-Somos Tierra, la UTT y la FECOFE, afirma respecto al panorama de crisis actual: “Este proceso de concentración y centralización de la producción de alimentos en manos de corporaciones ha impuesto una racionalidad del lucro, de la ganancia, asociando a los alimentos como instrumentos de valorización financiera».
Advierte que «esa racionalidad es totalmente contraria a la racionalidad que nosotros planteamos: la soberanía alimentaria. En ese camino, lo que se debería hacer es justamente democratizar de nuevo el sistema alimentario en la Argentina”.
«Lo que se debería hacer es justamente democratizar de nuevo el sistema alimentario en la Argentina”
Diego Montón, referente de la Mesa Agroalimentaria.
Uno de los factores centrales para cambiar el paradigma de la producción es la tierra, pero también el valor agregado de la materia prima, lo que permitiría poder pensar en una mayor diversificación del sector.
“Lo que ocurre al existir pocas agroindustrias es que la materia prima debe recorrer grandes kilómetros para ser procesada, y muchos otros para distribuirse a todos los puntos del mercado. Ese es uno de los elementos que provoca pérdidas, además de encarecer los alimentos. Es necesario volver a fortalecer los mercados de cercanía, con toda la diversidad de propuestas que existen en ese sentido. Que los alimentos recorran mucho menos entre la materia prima y el agregado de valor, y ahí hacia el consumidor”, explica Montón.
“Venimos haciendo varias experiencias en torno a corredores logísticos, mayoristas y almacenes que están orientados en esta perspectiva, la de acercar al consumidor y al productor”, advierte. Y explica que el objetivo es “tratar de disminuir esa brecha y que el sistema alimentario vuelva a poner en el centro al consumidor y al productor, de manera que el alimento sea un derecho y que también la vida digna en el campo sea un derecho”.
Una alternativa agroecológica
En tiempos donde el acceso alimentario se encarece y la vida en los grandes centros urbanos obliga a una temporalidad vertiginosa, en que los espacios escasean y los individualismos se multiplican, el trabajo que vienen realizando las organizaciones que promueven la agroecología parece fundamental.
Una de las más importantes en la Ciudad de Buenos Aires es El reciclador urbano, que de la mano de Carlos Briganti viene fomentando la producción propia, la conexión con los alimentos y tener en cuenta la valoración y la construcción de comunidades a partir de ello.
“Esa valoración viene de múltiples situaciones, muy personales, pero que también tocan al ámbito comunitario y social. Y en eso entendemos que hay una sensibilidad mayor porque ya no quedan formas de poder sanar con la medicina que hoy nos propone este sistema”, señala Briganti.
Y explica que de esta forma “se empiezan a visibilizar las múltiples potencias que tiene el alimento de ser medicina”. “Como lo han practicado múltiples culturas ancestrales de miles y miles de años. Creo que poder generar tus alimentos viene de una sensibilidad por la que ha pasado tu cuerpo físico, tu cuerpo espiritual, y es un camino”, afirma el integrante de El reciclador urbano. Durante la pandemia el colectivo se constituyó como una alternativa necesaria y sostenible ante la incertidumbre respecto al acceso a nuestros alimentos.
“Tenemos que tomar herramientas de la política para poder fundamentarlas y construir esas sociedades que estamos buscando a partir de estas buenas prácticas”
Carlos Briganti, integrante de El reciclador urbano
Así como el conocimiento compartido y lo comunitario son ejes a partir de los cuales la agroecología puede proliferarse y empezar a modificar ciertos paradigmas sociales vinculados a los alimentos, Briganti comenta que también es importante destacar la dimensión política bajo la cual vienen ellos desarrollándose e impulsando acciones concretas.
“Este colectivo tiene hoy proyectos de ley presentados, leyes presentadas que ya están por ser aplicadas. Entonces tenemos que tomar esas herramientas de la política para poder fundamentarlas y construir esas sociedades que estamos buscando a partir de estas buenas prácticas, pero a través de un marco jurídico y legal que pueda respaldar y darnos la tranquilidad de llevarlas adelante. Trabajamos siempre fuertemente dentro de estos tres ejes, que funcionan sinérgicamente y es a lo que apostamos. Ahí es donde está la invitación siempre, a partir de todos los espacios que el colectivo ofrece”, concluye.
Un circuito solidario
Una de las consecuencias directas del encarecimiento de los alimentos es el hambre. Se multiplica en diversos sectores sociales y pone en riesgo la salud, el crecimiento y la vida de las personas.
Su erradicación es uno de los objetivos que la FAO se propuso para América Latina y el Caribe. Junto a representantes de la región, promoviendo las donaciones y la solidaridad mediante bancos de alimentos y otras entidades establecen lazos con comedores, merenderos y otras organizaciones que trabajan destacadamente para su barrio. Sin embargo, las necesidades son permanentes, y la ayuda a veces viene de parte de los propios sectores populares que contienen a su comunidad.
En el barrio popular de Zavaleta, un núcleo habitacional que desde hace más de 40 años creció gracias al impulso de los propios vecinos y vecinas, pero que sigue afectado por las desigualdades que impone la Ciudad de Buenos Aires, funciona el Comedor de Gracielita, una de las organizaciones barriales que a la que asiste alrededor de 120 familias en el territorio. Los grupos pueden oscilar de entre dos a seis miembros cada uno, lo que implica que el comedor entrega entre 300 y 350 raciones de comida en cada olla popular.
«Poner un poco de nuestro tiempo en hacer eso tan lindo de revertir una situación y que una familia que pasa un mal momento tenga una mano”
“Lo que a nosotros nos motivó, a mi familia, a mis amigos, a los que nos conocen, fue la idea de ponernos un poquito entre todos y darle la posibilidad a una familia que está pasando una mala situación económica. Que puedan comer un mondongo a la española, unos ricos ñoquis, unos canelones, y así. Fue una idea acertada, porque ellos te lo hacen sentir, te lo hacen saber. Poner un poco de nuestro tiempo en hacer eso tan lindo de revertir una situación y que una familia que pasa un mal momento tenga una mano”, describe Juan Campos, integrante del comedor. Además, detalla que hace solo unos días los reunió en el festejo del día de la primavera con un almuerzo para las familias del barrio.
En el mismo país donde las grandes industrias desperdician toneladas de alimento, en cada barrio se multiplican las manos solidarias. Brindan su espacio, tiempo, energía y recursos para poder solidarizarse con aquellos que forman parte de su comunidad. Aquellos que aún así pueden tener dificultades para acceder a un plato de comida durante el día.
“Es una negligencia horrible lo que está pasando. Me gustaría que de parte de nuestros representantes, sean legisladores, diputados o senadores, así como sacan leyes para aumentar los impuestos, puedan darle la vuelta a que esa cantidad inmensa de alimentos asista a las organizaciones que se encargan de las ollas, a los comedores, a los clubes de barrio, a las entidades sin fines de lucro, a tantos jubilados, para tratar de darle la batalla al hambre. Es importante que nosotros como ciudadanos podamos exigirle al Estado que trate de revertir esa situación y no se desperdicie esa cantidad enorme de alimentos. Nos vendría bien como sociedad y como argentinos”, cierra Juan al respecto.