“La memoria no es para quedarse en el pasado, la memoria nos ilumina en el presente y es a través del presente donde podemos construir y generar un país mejor”, dijo Adolfo Pérez Esquivel, Premio Nobel de la Paz en nuestro país, durante la presentación privada de Argentina, 1985 que se realizó el jueves 29 de septiembre, en el Complejo Gaumont (Rivadavia 1635, CABA).
En la previa de la función única que se brindó allí, también tomaron la palabra Agustina Llambi Campbell, productora del film, y Mariano Llinás, guionista, quien aprovechó el momento para solicitarle a los funcionarios allí presentes que sancionen de una vez la ley que prorroga los fondos específicos para la cultura y los medios comunitarios.
En ese marco comienza la proyección de Argentina, 1985. A los quince minutos ya nos adentramos en la intimidad de la vida de Julio Strassera, quien luego sería el fiscal de los juicios a las juntas militares. En una televisión de la década de los 80, que tarda en prenderse y tomar la imagen, se escucha y luego se ve a Estela de Carlotto. El primer golpe bajo de la noche.
Y decimos primero porque, golpes bajos, hay varios. Pero no más que aquellos que fueron hechos reales, en los cuales se basa la película. Los juicios, los testimonios, la justicia y la sociedad argentina, fueron y son reales.
Este film habla sobre un momento histórico de nuestro país, en donde nuestra justicia fue la primera en el mundo en enjuiciar a juntas militares. Pero así como se atrevió a eso, también lo hizo a medias. Algunas de las sentencias de estos juicios no eran justas ni para las víctimas, ni para los familiares, ni para el conjunto de la sociedad.
De todas formas, era válida la intención del fiscal al cual también se lo juzgó por haber estado “en silencio” durante la dictadura. Definitivamente, a Strassera le tocó una de las causas más difíciles de la historia del país.
La película juega constantemente con el rol de cada uno de los personajes, presta a la confusión por momentos, y es que, en una situación tan dura y complicada como lo fue la post dictadura, confiar era un privilegio que pocos tenían.
“Una película que critica la clase media del discurso: algo habrán hecho”, conversan dos amigas mientras caminan por la Avenida Callao. Puede ser, pero estamos en desacuerdo. No es una crítica, se siente como un recordatorio, más bien una advertencia.
Desde que comenzó la producción y filmación de la película el año pasado, las cosas viraron un poco hacia esto. O tal vez ya habían virado y el director Santiago Mitre es un visionario que concluyó en que, en una era donde los discursos de odio y la violencia comienzan a gestar nuevas olas agresivas, es importante recordar. Tener memoria de lo que pasó en un tiempo que, al decir verdad, no es muy lejano.
El momento histórico de su lanzamiento y el contexto de los hechos que la produjeron dicen mucho. Sabemos que una producción audiovisual de este calibre puede despertar cosas, pero es muy difícil que tenga la injerencia suficiente en la sociedad como para imponer memoria.
Lamentablemente, hay que recordar y exigir constantemente. Aún más cuando parece todo estar en juego nuevamente. Creemos que esta película trae un recorte importantísimo de nuestra historia, de lo que no queremos que vuelva a pasar.
Por eso cuando hablamos de un momento histórico, lo hacemos desde el entendimiento que cada momento lo es. Tanto hoy, como 1985, como el 2003 cuando se bajaron los cuadros de los jefes genocidas. Vivimos la historia que además de ser particular, extraña e injusta (a veces) parece ser cíclica. Pudiendo siempre marcar paralelos entre lo que pasó, lo que pasa y lo que pasará.
Peter Lanzani ya no podríamos decir que es una revelación, pero si cada vez que aparece es un descubrimiento. Su papel de abogado joven, el fiscal adjunto, y sus ideas nuevas hacen que el juicio además tenga un gran componente, la juventud de aquellos que trabajaron incansablemente en él.
La juventud es política, siempre. Y es casi el deber de esa franja etaria de la sociedad cumplir con este rol asignado. Lo trágico es que en ese momento la última generación de jóvenes había sido secuestrada, torturada, desaparecida y hasta asesinada. Lo maravilloso es que siempre hay otros jóvenes que no detienen la marcha de ese círculo hermoso que recién llamamos historia.
Sobre Darín no hacen falta palabras. Ya sabemos que todo lo que nos quiera vender nosotros se lo compramos y hasta con creces. El elenco de la fiscalía, impecable, muchos involucrados en la defensa de los DDHH en la vida real.
El momento de los testimonios es un álgido en medio de una historia que se torna oscura, persecuta y triste, realmente triste. Luego el punto máximo: la lectura de la condena. El momento definitorio que hace que el público de la sala del cine llene los aplausos que el director Mitre muy bien pone en mute, para darle lugar a ellos en la vida real.
Por último, un final que nos lleva a una reflexión intrínseca: la lucha continúa, siempre. Los juicios pueden culminar, las pruebas pueden aparecer, las sentencias pueden salir pero siempre hay un poco más de historia por marcar. De verdad que buscar, de memoria por mantener, de justicia por hacer.
Argentina, 1985 viene a recordarnos, una vez más, que la memoria es todo lo que tenemos para lograr finalmente que determinados momentos de la historia no se repitan, nunca más.
Bonus Track
Mitre y Cia. dejan un interrogante: ¿Acaso el negacionismo dejó de existir en algún momento en nuestro país? Lo que sí pasó fue la reivindicación de la lucha, de la cual estos personajes que vemos en la película son parte crucial. También la existencia de las Madres y Abuelas, o más tarde H.I.J.O.S, hizo que sostener la teoría de la guerra o los dos demonios fuera condenado socialmente.
Cosa que, podemos pensar, comenzó a flexibilizarse no hace mucho. Estamos viviendo momentos en donde las tensiones entre enemigos aumentan, o ese es el relato que el poder real nos cuenta. Una película que nos hace reflexionar sobre cómo la justicia no es independiente y como este último lo condiciona.