Un estudio de la Universidad de Glasgow, Escocia, demuestra que la socialización es una de las claves para mejorar la esperanza de vida de los adultos mayores. A su vez, resalta que los riesgos de mortalidad disminuyen en aquellos que ven a sus amigos y familiares al menos una vez al mes. El trabajo implicó el seguimiento durante doce años de los datos de 458.146 personas con una edad promedio de 57 años al momento de iniciar el monitoreo.
Publicado en la Revista BMC Medicine, el avance distingue dos tipos de soledades. Por un lado, el aislamiento social, como no ver a amigos y familiares con frecuencia; y la subjetiva, como sentirse solo o la sensación de no poder confiar en alguien cercano. En ese marco, el equipo, liderado por el investigador clínico de la Escuela de Salud y Bienestar de la casa de estudios escocesa Hamish Foster, planteó que la presencia de ambos tipos de soledades al mismo tiempo se asocia con un mayor riesgo de morir que solo tener un tipo.
En ese sentido, en diálogo con la Agencia de Noticias Científicas de la Universidad Nacional de Quilmes, Mariana Mansinho, licenciada en psicología y especialista en gerontología comunitaria e institucional, explica: “la soledad se puede dar en personas que pueden estar rodeadas de otras. Se trata de una sensación de carencia de la calidad del vínculo, de no sentirse escuchado, de sentir que uno tiene afectos alrededor y no puede compartir distintas cuestiones de su vida. En cambio, el aislamiento es la carencia total de vínculos; es un factor que se asocia con la soledad pero no necesariamente son los mismo”.
“El aislamiento es la carencia total de vínculos; es un factor que se asocia con la soledad pero no necesariamente son los mismo”.
Además, la investigación encontró que aquellas personas mayores que vivían solas y tenían también otros marcadores de aislamiento social, como no ver amigos y familiares con frecuencia o no realizar actividades grupales, poseen un riesgo particularmente alto de mortalidad.
En la página oficial de la Universidad de Glasgow, Foster explicó: “Nuestro estudio encontró que la combinación de diferentes dimensiones podría afectar el riesgo de muerte prematura más de lo que se pensaba anteriormente. Esto significa que, al abordar problemas como la soledad y el aislamiento social, debemos evaluar estas diferentes dimensiones, tanto por separado como en combinación, si queremos identificar y apoyar a quienes están más aislados en la sociedad”.
Redes que apoyan
Mansinho relata a la Agencia que la socialización impacta de manera positiva en el bienestar de las personas, en su calidad de vida y en la sensación de felicidad. “Hay que pensarlo no sólo en términos de familiares y amigos, sino también en la comunidad de vecinos. Muchas veces sucede que hay personas que enviudan, se mudan y se da un desarraigo con la comunidad, con sus vecinos, con el almacenero, con los comerciantes”, ejemplifica.
Así, la socialización permite la construcción de una red de apoyo y de contención que se traduce en distintos tipos de ayuda, como la emocional cuando hay problemas, se necesitan consejos o cuando se quieren comunicar cosas buenas; o mismo, en ayudas instrumentales, como cuando se rompe algo en la casa o se hacen las compras y se necesita el auxilio de otra persona.
“Ya vimos durante la pandemia la importancia de mantenernos conectados y vinculados con otros, no solamente a nivel emocional sino también a nivel instrumental, para solucionar diferentes desafíos que se nos presentan en la vida diaria”, subraya Mansinho.
Hay un montón para hablar
Así como la socialización sirve al momento de pedir ayuda, también es útil para mantener a la persona en un rol activo y como protector contra el deterioro cognitivo.
“Hay una serie de prejuicios negativos que atentan contra la socialización. Por ejemplo, ‘¿qué vamos a charlar con la señora mayor o el señor mayor?’. Esto a veces perjudica ese vínculo que se puede forjar o las conversaciones que podemos tener. Si pensamos en su contracara, el hecho de poder interactuar con otros lo que nos permite es mantener un rol activo, tener temas diferentes para conversar, estar actualizado, preguntarle al otro ‘¿cómo estás?’, ‘¿necesitas algo?’. Se trata de forjar vínculos, compartir espacios, ir a caminar o tomar un café”, manifiesta la especialista.
Ahora bien, ¿qué sucede con aquellas personas mayores que se encuentran en hogares o residencias? Mansinho plantea que, en ese caso, es fundamental la relación que se construye entre los pares pero también con el personal que trabaja allí.
“En las instituciones la población es bastante heterogénea, hay personas con distinto grado de deterioro cognitivo y eso hace que, a veces, la comunicación no sea igual. Aquellas personas que están mejor cognitivamente no sienten que puedan conversar con otros y los que no están bien se aíslan. Ahí hay que favorecer los vínculos donde puedan compartirse intereses”, declara la gerontóloga. Y agrega: “Y que no se pierda la relación con el exterior, que los familiares y amigos vayan a visitarlos, que los lleven a pasear”.
“Aquellas personas que están mejor cognitivamente no sienten que puedan conversar con otros y los que no están bien se aíslan. Ahí hay que favorecer los vínculos donde puedan compartirse intereses”
En definitiva, la socialización de las personas mayores con familiares y amigos, entre ellas, con el staff de las instituciones que habitan o en las actividades que realicen (como talleres, club de jubilados) funcionan como factores protectores que contribuyen a mejorar la esperanza y calidad de vida de ellas.
Se debe dejar de asociar a la vejez con la enfermedad y la decrepitud, para pasar a pensarla como una nueva etapa de la vida que requiere de la socialización con las distintas generaciones, mantener la actividad y generar, en la medida de lo posible, situaciones que apunten a su bienestar.
Agencia de Noticias Científicas UNQ