Todo comenzó el 30 de enero de 1962 cuando en una escuela de Kashasha, una aldea costera de Tanzania, tres niñas empezaron a reír. Como no se sabía el motivo, el hecho se naturalizó y dejó de ser importante. Así fue como las risas escalaron a carcajadas y luego se convirtieron en histeria; se expandieron por toda la escuela y llegaron a “contagiar” a casi cien personas. Las afectadas tenían entre 12 y 18 años y podían experimentar síntomas leves (reían por unas horas) o más graves. De hecho, se estima que hubo mujeres que llegaron a reír por más de dos semanas. Entre abril y los primeros días de mayo de 1962 se documentaron ataques de risa en 217 personas. La escuela cerró con la esperanza de que todo terminara al permanecer más tiempo en sus hogares.
Para el 21 de mayo, cuando pensaron que ya todo había pasado, reabrieron la escuela de Kashasha. Sin embargo, la reapertura no duró mucho, ya que una nueva ola de risa provocó su cierre en junio y la epidemia se extendió también a una escuela de Ramashenye, donde 50 mujeres más resultaron afectadas. Más adelante, aparecieron brotes más en aldeas cercanas y dos escuelas infantiles sufrieron el mismo destino que las anteriores. Algunos reportes de la época afirman que el país entero se paralizó por seis meses.
En esta particular “epidemia” la risa fue un síntoma de un caso inusual de enfermedad psicogénica masiva. Esto ocurre cuando un grupo de personas experimentan los mismos síntomas sin una razón física o ambiental que lo justifique. Este tipo de fenómenos se suelen dar con síntomas indeseables, por ejemplo, pánico colectivo ante la amenaza irreal de una muerte inminente. Lo extraño del caso de Tanzania es que el síntoma no era algo desagradable ni doloroso; sino risas.
Robert Provine, profesor de psicología de la Universidad de Maryland afirma que en Tanzania lo que se contagió, en realidad, fue la histeria y la risa fue un síntoma de ello. Sin embargo, el científico afirma que la risa se puede contagiar cuando el contexto es humorístico.
Provine llevaba a personas a su laboratorio y los observaba mientras les mostraba shows de comedia. Cuando las personas estaban solas, las risas eran discretas y pocas, mientras que escalaban si los grupos eran numerosos. De allí afirmó que la risa es parte de un comportamiento social que desaparece cuando las personas están aisladas. El estímulo más poderoso para generar una risa no es el mejor chiste del mundo, sino otra persona riendo.
Nota publicada por la Agencia de noticias científicas UNQ