La rutina o la ausencia de ella, los objetivos y planificaciones modificados durante este año, saturan nuestras agendas y en muchos casos producen impotencia. En lo particular, tuve muchos momentos duros, por eso creo que valoro doblemente el actual. Lo bueno también sucede.
Con Genaro comenzamos un año con demasiados cambios familiares y la cuarentena terminó de modificar su universo, tal y como lo conocía, y como lo conocía también yo. Permanecer dentro de la casa, contar con terapias online, no asistir a su amado colegio, extrañar a sus compañeritos y a su adorada Seño Roma, o no poder jugar con Silvana, su psicóloga, fue extremo. Demasiado de golpe.
Estuvimos en casa los 3, con Lucia, durante más de un mes, sin ver a nadie, solo a través de videollamadas. No sé cómo lo hicimos. Genaro tuvo meses de crisis muy complejos y sus terapeutas se pusieron al hombro el sostén nuestro -de sus padres- para poder completar su estructura y lograr que se acomode.
Aumentamos dosis
Fue llegando ese momento. Paralelamente a sesiones presenciales de urgencia desde mayo, y muchísimos cambios, lo que decidí fue aumentar la dosis de amor. De esa dosis se puede abusar con tranquilidad, sin límites.
Más horas en la cama por la mañana temprano. Más momentos de cuentos, más rompecabezas juntos, o más tetris online de a dos, apoyándonos la cabeza. Por momentos me daba cuenta de que gritaba demasiado, por tanta impotencia. Después me aturdían mis propios gritos, ¿cómo habrá sido para él? Me dio mucha culpa. Muchísima. Pero cada vez, la culpa dura menos. Se registra y se cambia. Más amor en las palabras, en los gestos y en las estrategias.
Todo tiene su tiempo, y en el autismo, eso es un precepto. De a poco, se comprendió el peligro, de a poco bajó la resistencia constante, aparecieron muchas palabras que antes estaban silenciadas, descubrí más sonrisas y carcajadas. Esos momentos felices que llenan el espíritu se multiplicaron.
Es posible
Hace unos días, su madrina le regaló un monopatín, más o menos para competencia intergaláctica, y yo sólo lo miré llena de fe en su capacidad. Genaro se tomó su tiempo: durante dos días lo estudió desde el suelo, acostado a su lado, examinaba y movía todo lo que podía. Durante los siguientes dos días, buscó todos los videos en Youtube sobre monopatines, yo sólo lo observaba atenta. Y en el quinto, se largó solo, por toda la casa. Al comienzo, frenaba a los golpes, hasta que comprendió cómo frenar. Yo contemplaba, en silencio, festejando desde lo más profundo y tratando de guardar cada momento en mi corazón.
El pasado domingo, durante nuestros abrazos al momento de despertarse, sucedió lo mas esperado: el diálogo mas amoroso.
Mamá: –Genaro te amo, te amo tanto…
Genaro: -Yo también, y te extraño– dijo mientras me miraba a los ojos.
Mis lágrimas de felicidad plena no tardaron en llegar. Lo llené de besos que creo que no lo dejaron respirar. Era el todo mismo, mi universo completo. Lo bueno llega y cuando llega, llega en serio.
No bajemos los brazos. Necesitamos mucho de los ángeles terapeutas, de los médicos que nos acompañan y de la familia que nos apoya. Pero nuestros hijos nos necesitan a nosotras, llenas de palabras amorosas, con paciencia, porque somos las únicas que se las podemos dar. Somos las únicas que vamos a llegar a hablar ese mismo lenguaje del alma. Somos las únicas que siempre vamos a saber qué les pasa y las que siempre vamos a saber qué hacer. Esa seguridad es imprescindible transmitirla. Y paciencia, no estamos solas, ¡estamos juntas, somos muchas y tenemos muchísima fuerza!
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