De la liberación a la inmortalidad
El general San Martín fue un grande que nunca buscó el bronce, pero que encontró la inmortalidad y la gloria en la única forma que puede comprobarse: el recuerdo.
Cruzó la cordillera de los Andes y lideró la liberación de Chile, en las batallas de Chacabuco y Maipú. Luego, utilizando una flota organizada en Chile, en la ciudad de Lima, declaró la independencia del Perú.
“La patria no hace al soldado para que la deshonre con sus crímenes, ni le da armas para que cometa la bajeza de abusar de estas ventajas ofendiendo a los ciudadanos con cuyos sacrificios se sostiene. La tropa debe ser tanto más virtuosa y honesta, cuanto es creada para conservar el orden, afianzar el poder de las leyes y dar fuerza al gobierno para ejecutarlas y hacerse respetar de los malvados, que serían más insolentes con el mal ejemplo de los militares. La Patria no es abrigadora de crímenes», con estas palabras San Martín le demostró a su tropa, antes de comenzar la epopeya histórica del cruce de una de las cordilleras más grandes del mundo, que clase de militar quería dejarle a la Patria.
Mientras que durante la última dictadura militar, los militares genocidas empapados con un “gran espíritu sanmartiniano”, según decían, quemaban libros y destruían bibliotecas; San Martín trataba por todos los medios de fomentar la lectura entre sus soldados y los habitantes de los pueblos que iba liberando. En cada ciudad fundaba una biblioteca y en su testamento destinó una parte para la futura Biblioteca de Mendoza “Las bibliotecas, destinadas a la educación universal, son más poderosas que nuestros ejércitos para sostener la independencia”.
Era un defensor de la división de poderes y reconocía el valor central que ocupa el poder judicial de un Estado considerándola la vida del cuerpo político y consideraba que “…ninguno de los tres poderes que presiden la organización social es capaz de causar el número de miserias con que los encargados de la autoridad judicial afligen a los pueblos cuando frustran el objeto de su institución».
Partió hacia Europa perseguido por los rivadavianos y sólo quiso volver cuando gobernaba su compañero del ejército de los Andes, Manuel Dorrego, y ofrecer sus servicios a la Patria que estaba en guerra con el Brasil. Al llegar al puerto se enteró de la desgraciada noticia el asesinato de Dorrego por Lavalle. No quiso desembarcar, pero no se privó de opinar en una carta dirigida a su amigo O’Higgins: “los autores del movimiento del 1° de diciembre son Rivadavia y sus satélites, y a usted le consta los inmensos males que estos hombres han hecho, no solamente a este país, sino al resto de América, con su conducta infernal. Si mi alma fuese tan despreciable como las suyas, yo aprovecharía esta ocasión para vengarme de las persecuciones que mi honor ha sufrido de estos hombres, pero es necesario enseñarles la diferencia que hay entre un hombre honrado y uno malvado”.
Quien fuera un gran defensor de la Patria Grande y la liberación de los pueblos junto a Simón Bolivar y Manuel Belgrano, murió en Francia, en la soledad de la ingratitud de un país gobernado por la oligarquía antipatria, el 17 de agosto de 1860.
“Seamos Libres, lo demás no importa nada…”
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