En el día del orgullo LGTBIQ se llevó adelante la Tercera Marcha Nacional en contra de los travesticidios y transfemicidios. Se recordó a Diana Sacayán y a cada persona que vivió y murió en la discriminación, la violencia y el odio.
El colectivo trans y travesti salió una vez más a las calles para exigir el cumplimiento de sus derechos. Entre las consignas que se sostuvieron a lo largo de la tarde de ayer, las que primaron fueron el cese de la exclusión y persecución de quienes se encuentran en situación de prostitución; acceso al trabajo y el cumplimiento de la ley de cupo laboral trans y travesti Diana Sacayán, vigente desde el 2015, pero que nunca fue implementada por falta de reglamentación. Se busca la incorporación de apenas un 1% del personal en el ámbito público o empresas privadas proveedoras del Estado y que se haga, no solo en la provincia de Buenos Aires, sino también en todo el país.
Entre el sombrío camino que aún queda por recorrer para las identidades disidentes, las estadísticas entristecen y nos alejan de un país que respete la diversidad: ya son 43 las personas trans que fueron asesinadas en lo que va del 2018. También se recordó la impunidad con la que actúan las fuerzas policiales y el número crítico de detenidas. En 2017, dos mujeres trans murieron producto del abandono y falta de tratamiento médico. En la actualidad, en Florencia Varela, hay alrededor de 82 detenidas sin condena.
El caso que resonó fue el de Pamela Macedo Panduro, militante de OTRANS en la ciudad de La Plata. En noviembre de 2016 allanaron su casa y la detuvieron en Ensenada de manera ilegítima. Según compañeras de la organización en la que participaba, contaba con una enfermedad crónica era necesario recibir su medicación, la cual se le negó al igual que un trato digno. Murió el primero de enero de 2017.
La exclusión, los allanamientos arbitrarios sin otros testigos que la propia policía y los crímenes de odio perpetúan en el tiempo. La violencia física, verbal y sexual incrementan frente a un Estado ausente que no responde frente a las demandas de toda una comunidad históricamente negada por una sociedad machista y patriarcal.
Argentina cuenta con leyes inclusivas, diversas y que contemplan avances en cuanto a derechos como el matrimonio igualitario, la ley de Identidad de Género y la ley de Educación Sexual Integral. Esta última, la más difícil de implementar por la oposición de los sectores más conservadores. Sin embargo, ninguna de estás se hubieran podido dar sin movimientos sociales y feministas que aboguen por la igualdad. Por ello, se escuchó gritar cuando Gabriela Mansilla se hizo presente en la columna de «Infancias trans libres».
En 2013, una niña trans obtuvo su DNI sin mediación judicial. El caso fue emblemático, pero siempre con el respeto y la compañía de su madre, Gabriela, quien siempre comprendió que género y sexo no son sinónimos y que, como todo en la vida, la heteronorma está construida históricamente y que puede -como relata en «Yo nena, yo princesa»– ser deconstruida lejos de responder a la genitalidad que tenemos al nacer.
Lohana Berkins, Diana Sacayán, Pía Baudracco, Maite Amaya, fueron apenas algunos de los nombres que se escucharon nombrar. El legado de quienes no están, que se fueron, que arrebataron. Por los varones trans invisibilizados, por una niñez libre y por una libertad sexual plena. El acceso a la educación, a la salud y a una vida digna. Todas las identidades no binarias y disidentes, fortalecen la lucha para que al final del camino, lejos de esta realidad aún violenta y represiva, la revolución sea feminista y social.
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