En conferencia de prensa, desde las 19 horas, el colectivo Actrices Argentinas se sentó frente al micrófono y destacaron un hecho de violencia insoportable.
Juan Darthés, quien tiene cinco denuncias del mismo índole, otra vez es el foco de un abuso sexual. Otra vez, después de tanta impunidad, es el culpable y responsable de un acto asqueroso, despreciable y consciente. Se trata de un hombre de 45 años con una adolescente de 16 años que dijo, insistió, repitió que no quería. Y a veces no importa las veces que digamos basta, no les importa, no les hace gracia.
Thelma lo vivió en soledad, con 16 años y en plena gira por América Latina. «Patito Feo» era un boom y estaba terminando en Nicaragua. La salvó que un empleado del hotel golpee a su puerta. Por un instante vio luz en medio de tanta oscuridad.
Lo que vivió Fardín, lo vivieron miles de mujeres. El abuso sexual no es un hecho aislado. La violación no lo es. Pedir que paren, que no nos toquen, que dejen de hacerlo, es tan común como normalizado. Cuando decimos que ‘no’ somos unas histéricas, incluso cuando se trate de una menor de 16 años. Cuando decimos que ‘no’ se revierte la mirada en el violador, que tiene buena familia y es una buena persona con los amigos. Cuando decimos que ‘no’, se entiende que siempre hay un sí. No importa la rigidez de nuestro cuerpo, las lágrimas que no dejan de caer, lo secas que estemos. No importa que seamos rotundas, no importa que roguemos, a ellos los consuela el poder y la fuerza. A ellos no les importa sentir compasión porque quieren demostrar, siempre, que pueden y que lo van a hacer.
Lo de Thelma no es un aislado. La violencia sexual es recurrente y la impunidad, también. En las últimas semanas ningún juez falló a favor de las víctimas. Lucía se murió sola. A Natalia Melmann (secuestrada para un festín de policías) nadie le importa y beneficiaron con salidas transitorias a sus violadores y asesinos. A María del Carmen Iglesias (apuñalada por su pareja) no le alcanzó con denunciar 17 veces. Ailén Decuzzi -el Palomar- se quiso separar y su novio dijo «¿por qué?» y la estranguló.
No importa la cantidad de nombres que citemos, porque la justicia benefició y beneficia a los responsables de ultrajarnos, de sacarnos la confianza, de hacernos sentir culpables. Una y otra vez nos preguntamos si fue nuestra culpa, si pudimos hacer algo más. Una y otra vez fuimos señaladas por eso, revictimizadas, cuestionadas. Que si no es la ropa, es la hora. Y no es la hora, es que no nos defendimos. Y si no nos defendimos lo suficiente, después mejor no quejarse. Y al final sos responsable de arruinar la imagen de ese violador que hizo siempre «todo bien». Al final, sos la culpable de arruinarle la vida. Al final, nadie le pregunta a él por qué te corrió el short, te metió los dedos y te penetro. Nadie le pregunta a él.
Pero se terminó.
Nunca más vamos a estar solas o en silencio frente a la persona que nos hizo sentir mal o culpables. Por mirarnos alevosamente, por tocarnos o penetrarnos. Nunca más vamos a sentirnos solas frente a la persona que nos acosó en las redes o nos siguió en la calle. Nunca más. Porque así estamos
Porque así nos ponemos, porque no tenemos miedo.
Y porque nunca más un violador va a sentirse libre.
Si no hay justicia, que haya fuego.
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