Que el sistema se vaya al carajo
Hay lugares que cuestan atravesar. El miedo, la vergüenza y la inseguridad se apoderan de nuestros pensamientos. ¿Qué hacer cuando lo que sentimos es tan fuerte y doloroso?
El cuerpo es el comienzo y el final. Es lo que vemos y mostramos, lo que tocamos, lo que vivimos. El cuerpo nos asume materialmente. Lo que mostramos no siempre es lo que somos.
Cada parte de nuestro ser retoma y abre una debate autobiográfico. Nuestras huellas, las cicatrices de la piel y de los años nos atraviesan. Asumimos nuestro pensar, nuestra forma de socializar y de aceptarnos a través de él y por él.
El cuerpo es el hogar, la réplica, el sentido común. Nuestras limitaciones y fortalezas las dejamos ver a través de nuestras habilidades, nuestras expresiones, lo que somos y buscamos ser. Somos tan sólo una pieza de un rompecabezas llamado «sociedad».
Pero renegamos. Renegamos y nos escondemos. La excusa y el «qué dirán» le ganan a la autonomía, a los deseos de mostrar. De pronto nos retobamos y lloramos. De golpe nos sentimos insuficientes, indeseables, marginales. Porque sin querer, o queriendo, nos dejamos golpear por los parámetros impuestos. Sin querer, o queriendo, demostramos que nuestra casa no es suficiente porque lo demás, lo cultural, lo sostiene.
Y te mirás al espejo. Te desprecias. Las estrías te molestan, la grasa parece sobrar. Te mirás al espejo y, otra vez, sentís que los granos son demasiados y la sonrisa parece no entrar. Otra vez llorás, sin poder explicar bien el por qué.
El amor propio no basta, no es suficiente. Podes comerte el mundo y caer, de repente, por la mirada ajena. De pronto el amor propio existe cuando vos, tu talla y tu piel, coinciden con eso que te vende la tele. Podés quererte hasta el hartazgo y sentir, cada tanto, que no es suficiente. Volvés al gimnasio y equilibrás con la birra. Pero no hay felicidad que aguante.
La desilusión, el fracaso y el dolor perduran.
Te volvés a hacer chiquita, insensible. Te decís una y otra vez que tenés que cambiar. Pero sabés, como nadie, que el problema no sos vos. El problema es eso que sistemáticamente consumiste, las figuras inalcanzables y los rostros serenos y perfectos.
Sabés que vas a despertar babeada, con los pelos indomables y el aliento insoportable. Tenés en claro que no vas a volver al corpiño y te va a dar igual que los pezones se endurezcan y se marquen. Realmente sabés que querés con todo tu ser ese pantalón que te aprieta el culo y la remera que permite entrever el surco entre los pechos. Y vas a insistir en tomar cerveza en la vereda y comer cosas que «se acumulan en las caderas». Y lo tenés tan en claro que renegás porque «es lo que hay que hacer».
Y lo tenés tan claro que renegás porque allá afuera, sistemáticamente, te dijeron que hacer lo que quieras está mal. Pero vos, vos estás bien.
Seamos felices, que el sistema se vaya al carajo.
Los comentarios están cerrados.