La rosca vaticana
Pensando en su sucesión, el Papa Francisco anunció la designación de 21 nuevos cardenales, con una marcada globalización.
A sus 86 años, y tras una década de papado, Jorge Bergoglio sigue demostrando que una de sus principales facetas en su tarea a cargo de la Iglesia Católica es la de la negociación política. Y, como viene sucediendo a lo largo de estos años, el Papa decidió nombrar nuevos cardenales de todo el mundo, quitarle poder a la iglesia europea y comenzar a delinear su sucesión con caras conocidas.
Hace apenas unas semanas, Francisco terminó su misa dominical anunciando la creación de 21 nuevos cardenales. Al hacerlo, destacó que “su procedencia expresa la universalidad de la Iglesia” y a la vez destacó que las designaciones “manifiestan el vínculo inseparable entre la Sede de Pedro y las Iglesias particulares esparcidas por el mundo”.
Los cambios tienen como objetivo también llegar a un encuentro vaticano al que muchos consideran el Tercer Concilio. Programado para octubre, y ya con los nuevos cardenales, se espera que sea un hito de reforma en la historia de la Iglesia Católica.
Los dos tercios
El Colegio Cardenalicio es un órgano de la Iglesia católica conformado por todos los cardenales elegidos en los diferentes papados. Su función es asistir al sumo pontífice pero también, y quizás la más importante, elegir al nuevo líder del catolicismo.
Actualmente, y antes de las nuevas designaciones que llegarán en septiembre, tiene 222 miembros, de los cuales 110 fueron elegidos por Francisco, 64 por Benedicto XVI y 48 por Juan Pablo II. Sin embargo, no todos ellos pueden votar al nuevo Papa, ya que sólo los menores de 80 años están habilitados.
Con esa limitación, y entendiendo que muchos de los nombrados en las décadas anteriores ya superaron esa edad, los elegidos por Francisco ya son mayoría en una posible votación: 81 de 121.
Sin embargo, para elegir un sucesor se necesitan dos tercios, algo que llegará con los nuevos miembros. Después de septiembre habrá 138 electores, 99 de los cuales han sido nombrados por Francisco.
El desafío del Papa es lograr que esos cardenales sigan con los cambios que existieron en la última década. Un acercamiento pastoral mucho más cercano, una llegada directa a los sectores populares y el ansiado crecimiento a nivel mundial, objetivos que buscan modernizar a una iglesia que tiende al estancamiento de su influencia.
Hacia la periferia
Además de nombrar nuevos cardenales, Francisco mira hacia el resto del mundo para intentar darle representación a las iglesias emergentes a lo largo y ancho del planeta. Durante su designación en 2013, el Colegio Cardenalicio tenía miembros de 48 países. Hoy en día son 88 las naciones representadas, que incluso llegarán a 90 en septiembre.
Si bien Europa sigue siendo el continente más representado, Asia, África y América del Sur comienzan a tener más presencia en la Iglesia Católica. A diferencia del viejo mundo, esas tres regiones son las que siguen teniendo mayor cantidad de fieles a nivel mundial.
Entre los elegidos para asumir en septiembre hay tres argentinos: el exobispo de La Plata, Víctor Fernández, el arzobispo de Córdoba Ángel Rossi y el cura confesor de la Iglesia de Pompeya, Luis Dri.
En búsqueda de un nuevo concilio
Fue Juan XXIII el que hizo más por modernizar la Iglesia en los últimos siglos. En un llamado a los cardenales conocido como Concilio Vaticano II, el entonces Papa consiguió modificar bases conservadoras y trazar cambios de importancia.
Hasta ese momento las misas eran en latín y de espaldas a los presentes, se miraba con desconfianza a las otras iglesias y no había un acercamiento al pueblo. Francisco es un emergente de ese concilio y busca desde hace décadas seguir profundizando el cambio.
El sumo pontífice convocó a los actuales y futuros cardenales al Sínodo de la Sinodalidad, un encuentro que se desarrollará en Roma en octubre y que tiene como lema “Comunión, participación y misión».
La reunión buscará revitalizar aún más a una iglesia que sigue perdiendo fieles en todo el mundo y que necesita cambiar para adaptarse al siglo XXI. El rol de Francisco, como promotor, puede ser histórico. E incluso servir como una plataforma para su sucesor.
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