Esperando un corazón para Mara
Mara hoy tiene cuatro años. Espera un transplante. Está en lista de espera en Emergencia Nacional. Hablamos con Ana, su mamá.
Hablamos mucho de maternidad. El feminismo puso en el tapete muchos temas como el cuidado compartido, salir a trabajar y no ser el único sostén emocional y poder compartir las tareas del hogar. Eso en la realidad no sucede ya que la mayoría de los hogares son monomaternales. Pero también hay otras maternidades en las que plantearse un desarrollo pleno no es posible. La vida te sacude donde más duele y ante eso no hay respuesta válida.
Ana Grecco es morocha, su piel es blanquísima y tersa. Tiene una sonrisa que apela al buen humor, pero también se emociona cuando tiene que contar su historia de vida. Habla pausado y transmite una paz que va calmando el ritmo citadino. Mara tiene los ojos verdes, profundos, quiere jugar, es alegre, vital y cariñosa pero también guerrera. En su pecho hay una gran cicatriz que es la única muestra física que vive una vida diferente a la de cualquier otra niña de su edad. Juega mucho con su hermana, Maite. Gerardo Hollman está atento a todo y completa algunas frases cuando a Ana le cuesta continuar. Esta es la historia de un matrimonio de dos jóvenes llenos de amor, de sueños e ilusiones que nacieron y vivieron en Entre Ríos, formaron una familia y ejercieron como profesores de Educación Física hasta que un diagnóstico cambió sus vidas para siempre.
Ana quedó embarazada de Mara a los treinta y dos años. Estuvo en reposo dos meses y a los cinco meses de embarazo, un diagnóstico sacudiría los cimientos de una vida placentera. Mara nacería con una cardiopatía compleja. Esto sucedió en el Hospital Italiano de Capital Federal en Almagro, lejos de su ciudad natal. En ese momento Ana solo escuchaba mucha información, tendría que venir a Buenos Aires cada tres semanas, hacerse estudios, evaluaciones, su realidad había cambiado para siempre. “Mi sueño era seguir trabajando, tener mi casa, después casarme y tener mis hijos, pero mis sueños se despelotaron”. Recuerda haber llorado muchísimo, “fue todo shockeante, doloroso, Maite que era chiquita no entendía, ella anhelaba a su hermana”.
La familia se mudó a Buenos Aires con la mamá de Ana.
En ese momento pasaban largas horas en el hospital porque la atendía un equipo de alto riesgo. Gerardo iba y venía a Paraná. En unos de esos viajes comenzó a sentir contracciones. “Presente mi DNI y ya estaba todo planificado. Gerardo dejó todo listo. El siempre planificando y peleando con la obra social para que yo no tuviese que hacer ningún trámite”.
Mara nació el quince de junio del 2016 a las 13:30 horas. Vivió. A los nueve días la operan del corazón. Fue un momento de mucha angustia. Dice que ese día fueron con Maite a pasear por Corrientes y comieron un pancho, que ella estaba contentísima y Ana solo sentía dolor. Pero comprendió que tenía dos hijas y que las dos la necesitaban. “El Ruso me empujó, el siempre me empuja, ella saltaba feliz y Maite recién operada, esos son los momentos que te marcan para siempre. Creo que nos hizo más fuertes, nos unió y conocimos diferentes dolores y emociones”.
Mara hoy tiene cuatro años. Espera un transplante. Está en lista de espera en Emergencia Nacional.
Mientras su mamá narra su historia ella juega, quiere ser atrapada y tiene una risa que retumba en el departamento. Viven cerca del Hospital Italiano por si reciben un llamado y para poder llevarla a sus controles. Recibe una medicación diaria y es asintomática lo que le permite llevar una vida cerca de su familia. Ana dice que primero se enojó, pero que se aferra a la fe y también a los buenos deseos de las personas. “Me abrí a todo, a la gente que te desea el bien”.
Llegó el Covid y cesaron las visitas pero Ana dice que mientras que Mara quiera seguir viviendo y luchando ella la va a acompañar. Mara la mira de reojo mientras escucha su historia. Corre y sigue queriendo hacer algo divertido, quiere amasar una pizza con su papá que ríe con sus picardías. Y así su vida mucho más poderosa que un diagnóstico desafía a la muerte todos los días y aprendemos que el coraje no tiene que ver con la edad.
“Ellos no vinieron al mundo porque si, vinieron a enseñarnos algo. Me tocó ver a muchos nenes y nenas solos, algunos fallecieron. Sólo le quiero decir a las mamás que no bajen los brazos, sigan luchando». concluye Ana mientras Mara le toca el brazo para ir a amasar.
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