Casamiquela: «Nadie pasa la noche en una carpa de nylon por picardía»
Oriunda de Florencio Varela, participó de la urbanización que realizó el Estado nacional, de la mano del Ministerio de Defensa de la Nación y las Madres de Plaza de Mayo en el barrio Don José. En diálogo con El Numeral, profundizó una realidad sobre la ocupación de tierras.
Florencia Casamiquela fue directora de Tierras de la provincia de Buenos Aires desde el 2010 hasta 2013. Conoce en profundidad el problema que genera la ocupación de tierras en el conurbano y ella afirma, es la cara más cruel de la desigualdad. En diálogo con El Numeral, indicó el detrás de las tomas de tierra: entre violencia estructural, picardia de millonarios y la necesidad de una política de acceso al hábitat.
¿Con qué te encontras cuando llegas a una toma?
Me encuentro con historias concretas protagonizadas por personas de carne y hueso. Los preconceptos, las ideas con las que uno teoriza y discute, se desmoronan ni bien ponés un pie en una toma. Y entonces una se encuentra con personas que son únicas e irrepetibles, con historias que trascienden la estadística.
Nunca me voy a olvidar de Román, un bebé de cuatro meses que estaba en la toma de Don José, en Florencio Varela, en 2013. Era un sábado de mucho frío. Yo llego porque íbamos a censar a la gente que estaba allí, y entonces aparece la mamá de Román que me dice: “Flor, por favor, no respira mi bebé. Ayudame”. Me da a Román que estaba morado, helado, sin respirar, y yo comienzo a hacerle respiración boca a boca. Vamos corriendo al Hospital Mi Pueblo, y luego de un rato un médico nos dice que Román estaba sin vida.
Yo lloraba desconsoladamente y el médico me dice que hacía varias horas que el bebé había perdido su vida. Ahí es cuando se te queman los papeles, cuando todo lo que vos teorizás se hace trizas. Ahí es cuando tomas conciencia de muchas cuestiones estructurales que hacen a un país profundamente desigual, arrojado en la pobreza. Hay personas concretas que sufren, que padecen, que cargan en sus vidas con el sinsabor de los desaciertos de otros, de aquellos que son los verdaderos responsables de una tragedia social que vivimos fundamentalmente en los barrios más humildes de nuestro Conurbano.
¿Qué te contaban las personas que estaban ahí? ¿Por qué llegaban a la decisión de ocupar el terreno?
Hay tomas de distintas características. Nadie pasa la noche en una carpa de nylon y cartón, con bajas temperaturas, chapoteando en el barro, por dejadez o por picardía de ningún tipo. En nuestro país hay un problema estructural de falta de acceso al hábitat. Ya no hablo de acceso a la vivienda, sino de algo más elemental: no hay acceso a un pedazo de tierra donde una familia pueda desarrollar su proyecto de vida. La pobreza, la indigencia y la desigualdad son el rostro de un país que en algún punto de su historia se extravió: tenemos riquezas naturales por doquier y una memoria histórica que nos habla de otras posibilidades, pero en pleno Siglo XXI tenemos una deuda social enorme con nuestros propios compatriotas. Las tomas son una manifestación de esa pobreza y desigualdad.
¿Hay gente que revende el terreno y hace negocios. ¿Por qué sucede esto?
He visto tomas impulsadas desde la organización popular, sin dudas. La Iglesia, por ejemplo la Diócesis de Quilmes ha acompañado históricamente e reclamo de familias que han peleado por un pedazo de tierra. Pero también hemos visto otras experiencias impulsadas por un puñado de vivos que se han montado sobre el legítimo derecho de las familias y lo han hecho para hacer negocios.
Muchas familias han ocupado un pedazo de tierra para ser luego desalojadas por una patota que se quedó con la fracción del terreno para luego venderlos, haciendo negocios millonarios. Y esto, claro está, con la complicidad, por acción u omisión, de gobiernos que eligieron mirar para otro lado. No hay que romantizar nada. Hay que hablar sin tapujos de todo para tratar de entender verdaderamente la trama de necesidades, de derechos, de intereses cruzados, que hay en estos temas. Pongo en primer lugar la necesidad de quienes no tienen tierra, ni techo, ni vivienda. Y entiendo que donde hay una necesidad, hay un derecho. Por eso es el Estado quien tiene que pensar una política pública de acceso al hábitat para terminar con tanto desamparo, con tanto oprobio, con tanto dolor. Y a los vivos, tratatarlos sin miramientos ni contemplación.
¿Qué pasa con los vecinos que están alrededor de una toma?
Los vecinos ya establecidos en sus propias viviendas generalmente miran con mucha aprensión las tomas, por temor a que se instale la inseguridad o porque han perdido un espacio verde, por ejemplo. Es un clásico que los vecinos de más antigüedad sientan rechazo hacia quienes llevan adelante una ocupación de tierras. Lo llamativo, o lo absurdo, es que muchos de esos vecinos de más antigüedad también han accedido a su vivienda luego de una toma que luego fue regularizada dominalmente o legitimada de hecho. Quien resolvió su problema muchas veces no se solidariza con quien se encuentra en su misma situación años después.
Recuerdo una toma en Florencio Varela. los vecinos se quejaban porque en los terrenos tomados estaba previsto construir un jardín municipal. Yo preguntaba cuando se había previsto la construcción el jardín, y me decían que hacía 20 años. El problema, entonces, no era que la toma iba a frustrar la construcción del jardín, el problema era la desidia municipal que incumplió sus promesas durante dos décadas. En realidad, esa construcción no iba a llegar nunca. La toma lo único que hizo fue poner de manifiesto las malas políticas de quienes prometen y nunca cumplen. Yo siempre digo que si existiera una política de acceso al hábitat, no habría ni una sola toma.
Muchos barrios que ahora están establecidos comenzaron con gente tomando tierras en el conurbano. En Varela, por ejemplo, si vas a comprar una vivienda yo te diría que en un 70% no existe el título, es decir que los titulares no tienen la escritura dominial. ¿Por qué? Porque el derecho viene de ser titulares de la posesión como consecuencia de ocupaciones de terrenos ociosos hace 100, 80 o 50 años. Es la historia de nuestro distrito y de buena parte del conurbano.
Participaste en procesos de urbanización en el gobierno de Cristina. ¿Cómo fue tu experiencia?
Lo primero que me viene a la cabeza es el recuerdo de un proceso atravesado por un fuerte sentimiento de estar transformando profundamente nuestro país. Había políticas de estado para regularizar dominialmente, para facilitar el acceso al hábitat, para garantizar el acceso al crédito hipotecario. Había una mirada que ponía el eje en la persona humana, por eso digo que el gobierno de Cristina fue profundamente humanista.
Las urbanizaciones; aperturas de calles con luminarias y acceso al agua junto con la presencia de ANSES; Plan de documentación; con el Ministerio de Salud llegando a cada rincón del conurbano; el plan Cunita; las moratorias previsionales. Todo eso hacía al concepto de un Estado presente que tenía la decisión de avanzar hacia un horizonte de inclusión y de justicia social. Si hay decisión política, las cosas pueden suceder y ser diferentes. No es cierto que tenemos que vivir por siempre en el país de la desigualdad. Las cosas pueden ser distintas si nos proponemos cambiarlas de raíz.
¿Qué sucede cuando estas familias se encuentran con el Estado?
Sucede algo extraordinario y maravilloso: historias de vida que parecían estar escritas de antemano y condenadas a la oscuridad, se transforman a partir de tener algo básico: una oportunidad.
Siempre cuento una anécdota: Había un barrio que estaba en la absoluta informalidad. Pero cruzando una calle, comenzaba un cuadrante que sí había sido regularizado porque el Estado había otorgado el título a quienes detentaban la posesión hacía décadas. Una vereda estaba regularizada, y la de enfrente no. La vereda regularizada tenía casas pintadas, con el frente arreglado, con las veredas limpias, el pasto cortado. Las de la vereda de enfrente estaban en un estado de abandono llamativo. ¿Por qué? Las familias eran de una misma condición social y económica.
La diferencia la había hecho el Estado con una política de regularización dominial le permitió a las familias de una vereda ser dueñas de su vivienda, valorizarlas, hacerlas pasibles de una hipoteca para un crédito de mejoramiento, por ejemplo. Las de la vereda de enfrente carecían de título, no podían sacar créditos, sus viviendas valían menos justamente por esta situación de informalidad, y esa situación de fragilidad jurídica se plasmaba en esa situación de abandono que describía. La diferencia, entonces, la hizo el Estado. La presencia o la ausencia del Estado es lo que hace la diferencia en las historias de vida de tantísimos vecinos.
¿Consideras que sólo es un problema habitacional?
Si hubiese una verdadera política de acceso al hábitat no habría una sola toma, no me cabe ninguna duda. Ante el déficit, ante la necesidad, aparece las tomas de tierras impulsada legítimamente por quienes quieren acceder a un derecho y también aparecen las otras, las impulsadas por algún vivo que busca hacer un negocio con el sufrimiento ajeno. La responsabilidad, en definitiva, es del Estado, que debe de una vez por todas entrarle al tema de las tomas y construir una solución.
Muy interesante saber como desglosar una realidad que nos conmueve y ha crecido en este momento de pandemia …dios quiera que puedan encontrar una solucion para los habitantes que realmente necesitan una vivienda y las necesidades basicas para ellos.