Fotoperiodismo: Henri Cartier-Bresson y el instante decisivo
En este capítulo de la serie "Fotoperiodismo", compartimos la historia de un célebre fotógrafo reconocido como el padre del fotorreportaje.
En este tercer capítulo de «fotoperiodismo», les contamos la historia del «ojo del siglo»: Henri Cartier-Bresson.
El 22 de agosto de 1908 París vio nacer al que aún hoy en día es considerado como uno de los fotoperiodistas más importantes del mundo. Nacido en el seno de una familia de clase acomodada, Henri Cartier-Bresson tuvo siempre un gran interés por retratar el mundo. Sin embargo, la fotografía no fue su primer acercamiento al mundo artístico. Fueron en cambio los pinceles los que durante un largo tiempo lo cautivaron al punto de decidir estudiar la carrera artística.
Pero el año 1929 marcó un antes y un después de su vida. Después de ser arrestado por estar cazando sin licencia mientras cumplía el servicio militar, todo cambió. Apareció en su vida una persona que iba a dejar una marca imborrable, aunque quizás en ese momento Cartier-Bresson no lo haya percibido así. Harry Crosby, un escritor que había servido en la Primera Guerra Mundial, convenció al comandante del regimiento para que dejara a Cartier-Bresson bajo su custodia, porque ambos tenían interés por la fotografía.
Y fue Crosby el que le regaló su primera cámara y le dio algunas lecciones de fotografía. Pero esas lecciones no duraron mucho, ya que en diciembre de 1929 Crosby se suicidó. Este desenlace fatal no desanimó a Bresson, quien decidió no abandonar el camino que había iniciado.
Mil intentos y una foto
Cartier-Bresson desde el inicio tuvo en claro cual iba a ser su método: sería capaz de gastar decenas de rollos para lograr conseguir la foto «perfecta», sabiendo que la mayoría de las veces no se consigue.
Así empezó a sumergirse cada vez más en el mundo de la fotografía. Se compró una cámara Leica que fue su compañera durante muchos años y fue el tamaño de la cámara lo que le permitía pasar desapercibido. Además, se encargó de pintar de negro las piezas metálicas para que no destaquen.
Desde el inicio su objetivo fue muy claro: lograr capturar el «instante decisivo». Él expresó que «de todos los medios de expresión, la fotografía es el único que fija el instante preciso. Jugamos con cosas que desaparecen y que, una vez desaparecidas, es imposible revivir»
Y así explica que la fotografía tomada en el «instante decisivo» se da cuando «se alinean la cabeza, el ojo y el corazón».
Bresson fue un gran defensor de no intervenir la escena a fotografiar. Al igual que la luz, ambas debían permanecer lo más natural posibles. Según él, de esa manera se podría mostrar la honestidad y la destreza del fotógrafo a la hora de hacer su trabajo. Y, en la misma línea, rechazó fuertemente el uso del flash porque para él lo importante era «quedarse en lo real, en lo auténtico. La autenticidad es la más grande de la virtudes de la fotografía».
Sus primeros viajes
En 1931 Cartier-Bresson viajó hacia Costa de Marfil, en el que fue su primer viaje como fotógrafo. Pasó meses sobreviviendo como cazador y conociendo la realidad del continente africano.
Dos años después, viajó a España para cumplir con un encargo del gobierno republicano que consistía en un documental de propaganda.
En 1935, ya en EEUU, cambió por un tiempo la cámara de fotos por el cine. Y así aprendió los secretos de la cámara cinematográfica en una cooperativa de documentalistas reunidos en torno al reconocido fotógrafo y cineasta norteamericano Paul Strand. Allí realizó su primer cortometraje.
Al año siguiente volvió a Francia con ideas políticas más asentadas. Además de participar en actividades de la AEAR (Asociación de Escritores y Artistas Revolucionarios), empezó a trabajar para la prensa del Partido Comunista. Durante ese año se dedicó a ser ayudante de dirección del cineasta Jean Renoir.
En 1937 realizó su primer fotorreportaje de éxito. Fue durante la coronación del rey Jorge VI de Inglaterra que destacó entre todos los demás fotógrafos por el enfoque que le dio al evento: no tomó fotos del rey, sino de la multitud que lo aplaudía. De esa manera, marcó que desde su perspectiva la esencia del acontecimiento era la multitud y no el rey que recién llegaba al trono.
Hasta 1939, año en el que comenzó la Segunda Guerra Mundial, continuó siendo ayudante de Renoir.
En junio de 1940, con solo 32 años ya era el responsable de fotografía en el ejército francés. Pero fue atrapado por el ejército alemán y pasó 3 años en un campo de prisioneros de guerra. Un tiempo después logró huir a París y empezó a trabajar para la resistencia francesa.
En 1946 viajó a Nueva York para preparar su primera exposición en el MoMA (Museo de Arte Moderno).
El nacimiento de Magnum
En mayo del 47′ Bresson fundó Magnum, la primera agencia de fotografía cooperativista. La novedad consistía en que los fotógrafos mantenían los derechos de sus fotografías y decidían por sí mismos a dónde viajaban para realizar las coberturas fotográficas. Así, se repartieron el mundo entre sus fundadores para las coberturas: Robert Capa y David Seymour (Europa), George Rodger (África y Oriente medio) y Cartier-Bresson (Asia).
Un fotógrafo nómade
Los siguientes años Bresson se la pasó de ciudad en ciudad, de país en país, de continente en continente. Pasó de la India donde documentó las últimas horas de vida de Gandhi, antes de ser asesinado, a Birmania. Y de ahí a China para cubrir un reportaje para la revista Life. Su próximo destino fue Indonesia, y después vinieron Sumatra, Bali, Singapur, Malasia y Ceilán (hoy Sri Lanka).
Más adelante volvió a India antes de pasar por Pakistán, Irán, Iraq, Siria y Líbano, con un paso fugaz por Egipto para volver finalmente a París. Todo gracias a Magnum.
Ya en el verano de 1954, viajó a Rusia y se convirtió en el primer fotógrafo, desde el 47′, en fotografiar la Unión Soviética.
Después de eso cambió los viajes por las exposiciones, los libros y los encargos internacionales. La más destacable fue la de París en 1955: fue el primer fotógrafo en exponer en el Louvre.
Los últimos años
En 1967 se divorció de Eli, su primera esposa. Apenas 3 años después se casó con Martine Franck, una colega a la que había conocido años atrás y con la que tuvo su primera y única hija: Melanie. Y fue el nacimiento de su hija lo que le quitó las ganas de viajar.
A principios de los 70′ ya no quería recibir encargos de reportajes y cada vez estaba más descontento con Magnum. Empezó a pensar que la agencia se estaba alejando cada día más de su espíritu «original».
Después de dejarla en 1974, a los 66 años, definió organizar sus archivos, hacer libros y exposiciones y vender sus revelados. Su Leica siguió siendo su mejor amiga, con quien llevó adelante retratos y paisajes.
Hacia 1970 empezó a retirarse progresivamente de la fotografía, porque consideraba que «ya había expresado todo lo que podía» a través de ese medio.
Cambió la cámara por pinceles y lápices y, casi a los 70 años, comenzó a dedicarse a la pintura, aunque siempre estuvo eclipsado por su trabajo fotográfico.
En el 2000 creó junto a su esposa la Fundación Henri Cartier-Bresson, que se encarga de recopilar toda su obra.
Finalmente, el 3 de agosto de 2004 falleció en Francia a los 96 años.
El mundo perdió así a uno de los mejores fotógrafos. Un artista que tuvo la oportunidad de retratar a personajes como Pablo Picasso, Henri Matisse, Édith Piaf, Fidel Castro y Ernesto «Che» Guevara. También fue él quien demostró la magia de la fotografía, y cómo capta lo instantáneo del mundo.
Como dijo Bresson: «el acto creativo no dura sino un breve momento, un relámpago instantáneo de dar y recibir, sólo el tiempo suficiente para que niveles la cámara y para atrapar la fugaz presa en tu pequeña caja».
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