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Cáncer de mama: 15 años celebrando la vida por un diagnóstico a tiempo

Hace 15 años un diagnóstico cambió todo. Reconocer los dolores y las anomalías del cuerpo permiten agarrar a tiempo un cáncer que no tiene problema de avanzar con velocidad. En el marco del Día Internacional de la Lucha contra el Cáncer de Mama, hablamos con Cristina. Una mujer fuerte como hierro y con una luz que encandila todo.

Cristina es mi abuela. En mayo de 2005 le diagnosticaron cáncer de mama. Ya pasaron 15 años de aquel día que una médica mirando una mamografía le dijo «señora, usted ya tiene número 3». En ese instante, ella no supo qué significaba eso, pero la detección temprana permitió que hoy la sigamos teniendo acá. Íntegra, única, especial.

Mi abuela vivía acá, en Quilmes, pero tenía una casa en Santa Rosa, provincia de Misiones. Ahí nomás de las Cataratas de Iguazú, exactamente a 7 kilómetros.

«Un día, todavía en Quilmes, me agarro en el busto un dolor fuerte. Al otro día, ya tenia un bulto. Enseguida fui al doctor. Me dijeron que era un nódulo, me dieron unas pastillas para tomar y me fui a Misiones. En Misiones, mi marido se enfermó y no seguí tomando lo que me dio el médico», comienza su relato rememorando aquellos años.

Ya en Misiones, ir al médico requería un viaje de 100 kilómetros. En Porto Iguazú no había especialistas en cáncer de mama, simplemente ginecólogas. «Vi cosas horribles. Las mamas de algunas mujeres eran negras como un carbón. Cuando salía de ahí, salía como desmayada por lo que veía», contó.

El procedimiento era sencillo, aunque doloroso. «Con una aguja me pinchaban la mama, hasta llegar al tumor. Me sacaban un líquido que, al otro día, me dejaba la mama llena de hematomas. Después de otros análisis y mamografías, una doctora la miró y me dijo «señora, usted ya tiene número 3″, ¿yo qué sabía que era el número tres en una mamografía?». El número 3 era cáncer.

Se preparó para operarse, en una provincia que no era suya, a miles de kilómetros de su familia. Cuando estaba todo preparado, «a mi marido le agarró un infarto». Tuvieron que volver a Quilmes. Ya en su ciudad, visitó al ginecólogo de la familia. «Me dijo anda a hacer todos los trámites así ya te opero. Fui, los hice, llamé a mi casa y avisé que al otro día me operaban».

En ese momento no le importó demasiado que el médico le dijera «te voy a sacar toda la mama. No te voy a sacar solo ese pedacito». Tampoco que el procedimiento durara entre 5 o 6 horas. «Me sacaron toda la mama y me pusieron un drenaje. Al otro día, vino el médico y me dijo «no te quiero ver más acá, la operación salió muy bien».

«Yo tenía mucho miedo porque mi hermana había fallecido de cáncer, mi mamá había fallecido de cáncer. Cuando me dijeron que tenía cáncer, dije «bueno, me voy con mi mamá y mi hermana». Después le pregunté al medico si era hereditario y me dijo que sí».

«Cuando Carlos -su marido- tuvo el infarto, deje de tomar las pastillas. Yo, por dedicarme y cuidarlo a él. Cuando me diagnosticaron cáncer pensé, «uh, metí la pata». Sin embargo, a diferencia de mi mamá y mi hermana, era benigno», diferencia.

La recuperación

«No me hicieron quimioterapia ni rayos, pero tuve que tomar 5 años una pastilla cada mañana. Una vez me equivoqué, pensé que no la había tomado, la tomé de vuelta y viví como si estuviera borracha ese día», cuenta recordando el error que hoy es más divertido que en ese entonces.

«Los primeros dos meses de los 5 años de pastillas la pase terrible. Iba a caminar, hacía media cuadra y tenía que volver a meterme en la cama. Llegó un momento en el que le dije a mi marido «si mi vida va a ser esto, no la quiero». Era cansancio, mareo. Tenía que desayunar bien, todo. Después, al final, solo tenía que tomar un vaso de agua y listo, pero al principio fue difícil», advierte.

 

«Hoy hace 15 años me sacaron la mama y Dios me dio 15 años más para vivir», esbozando una sonrisa.

«El brazo derecho me quedó sensible. Los primeros dos años no podía poner la mano detrás de la cabeza. Me sacaron 15 ganglios, es como si tuviera un pozo debajo de la axila. Al principio, tampoco podía usar mucho la derecha, ni levantar peso. Estuvieron como diez años sin poder sacarme sangre de ese brazo. No termina todo ahí, tenía que hacerme un montón de estudios que me mandaba la oncóloga. Al principio cada seis meses, después una vez al año. Así, hasta que me dieron el alta».

La importancia de la detección temprana

«No hay que dejarse estar, hay que hacer todo rápido. Hay que tocarse el cuerpo para reconocer cuando algo no está bien. Yo soy de tocarme mucho el cuerpo y cuando noté que tenía algo distinto y un dolor distinto, fui y pedí un turno al médico. Cuando tenés algo así, no podes pensar «ah, ya se me va a pasar» porque no sabes qué te duele. Si tenés un dolor que nunca tuviste o algo que nunca sentiste, hacete estudios», recomienda.

En sus días en Misiones, supo reconocer costumbres y prácticas propias del territorio. No todo el mundo puede acceder a la salud en el interior del país. Menos, 15 años atrás. Cada vez que iba al médico y recorría 100 kilómetros para que clavaran una aguja en su pecho, sabía que al otro día estaría negro por los hematomas. Pero también, sabía que había cosas peores. No sabe, ni entiende «si la gente se deja estar» o ignora lo que pasa, pero los casos avanzados, el ambiente pesado y triste, la afectaban mucho.

«El problema de esos tiempos es que la gente creía mucho y se usaba para todo yuyo. A mi cuando me agarró, dije «yo no quiero ni curandero, ni yuyos. Quiero médicos», y así fue». Tras cinco años de un tratamiento, el médico le dio el alta y le dijo «vas a morir de cualquier cosa, menos de cáncer».

En la recuperación, el amor y la compañía ayudan a afrontar los dolores, el cansancio y los cambios. «Mis hijas y mis nietos siempre estuvieron y nunca me dejaron. Eran chiquitos, pero siempre me acompañaron».

Hoy, 19 de octubre, llama a tu ginecóloga o ginecólogo. Pedí un turno, hace todos los chequeos. Conoce tu cuerpo y reconoce las anomalías. El tiempo es precioso, no lo dejes pasar.

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