Es Tuyo, del Barrio, de Todes

Maternidad | La fuerza de la sensibilidad

La maternidad hace que el eje se traslade. La vida comienza a funcionar alrededor de nuestros hijos. Si la discapacidad forma parte de nuestras vidas, olvidamos que existimos como seres diferentes a nuestras obligaciones.

Tomar decisiones que beneficien a nuestro ser parece una mera fantasía. Durante la maternidad, creemos que nuestros hijos son extensiones, o peor aún, que les va a faltar algo si nuestra energía no es exclusiva para ellos. La vorágine, las demandas y las necesidades son tantas que requieren mucha atención. La lucha diaria con las obras sociales, las escuelas, o simplemente nuestro llamado “orden de prioridades” se encuentra desordenado. 

Me costó tiempo, lágrimas y salud tomar decisiones individuales. Aún me cuesta no sentir culpa en muchas situaciones. 

Confianza

 Creo que el primer paso fue confiar en Genaro y su capacidad. Genaro tiene el diagnóstico de autismo. Hace más de seis años forma parte de nuestras vidas este rótulo ordenador. Ese nombre nos dio los parámetros para organizar su tratamiento y la cotidianeidad. Surgió gracias al instinto de madre, de madre de madre -abuela-, y de madres externas -tías-. El diagnóstico llegó temprano. Pero también me tuve que imponer sobre los esquemas machistas de médicos y otras personas. “Lo abriga de más, ahora, la madre quiere enfermarlo porque dejó de hablar” o el simple y desligado: “Es capricho, tengan el hermanito y se va a ordenar”. Confié en mí. Fuimos a una especialista que me dijo lo que no quería escuchar, pero que ya sabía en mi interior. 

Así numerosas situaciones, en donde la confianza se transformó en otro integrante más en mi vida. Confío en su capacidad, confío en él para que vaya al baño solo y en todo. Espero sus señales, porque aparecen. Confío en que va a salir de sus crisis, porque sé que tiene las herramientas para ello. Y siempre voy a confiar, porque confío en mí.

Uno de los grandes temores que tuve por años fue no saber si mi hijo es feliz. Entendí, gracias a mi terapeuta, que Genaro es feliz siempre que yo lo sea. Lo comprendí desde la racionalidad, pero asimilarlo me llevó mucho tiempo. Sobre todo un trabajo interno y las estructuras aprehendidas. 

La confianza fue multiplicándose. Sus terapeutas me enseñaron mucho. La tranquilidad de saber  que está bien, es fundamental. Los cuidados son suficientes, y hacemos lo mejor que podemos. Si sale del corazón siempre va a estar bien. No existen buenos o malos padres o madres, solo somos madres o padres, nada más. 

La confianza resultó la base de mi paz interior. Esa paz que creí inalcanzable. Esa paz que muchas veces se puede transmitir con la mirada y con el abrazo sincero. No es una fórmula mágica. Es una fórmula de la que me siento orgullosa, porque aún me cuesta y por eso la cuido con celo. 

Autocuidado

Como cuidadoras nuestra premisa debe ser el autocuidado. Cuidamos tanto a los demás que nos olvidamos de nosotras. La cuidadora es madre, enfermera, abogada, maestra, médica, terapeuta y la lista puede ser interminable. Pero olvidamos que ante todo somos mujeres. Cómo tales tenemos que fortalecernos. Si no nos cuidamos a nosotras mismas, dudosamente podremos cuidar de manera efectiva. Este desafío es constante y muy difícil. 

La fortaleza como madres-cuidadoras es necesaria e imprescindible. Nuestra paz interior es fundamental en nuestras vidas y en las vidas de nuestros hijos. 

Entender que el autocuidado no es una decisión egoísta también lleva trabajo interno. Darnos tiempo a solas, o comprarnos algo es necesario. Dejemos de lado el juicio de valor. De medir en base a lo que la sociedad juzga sin saber. O quizás que ni siquiera vea, sino que nos exigimos nosotras por la impenetrable estructura que nos encarcela. 

Experimenté decisiones individuales y todo está bien. Genaro y Lucia están bien y yo estoy renovada. El año comienza con muchos desafíos y sueños por alcanzar. Hoy siento que tengo fuerzas para enfrentarlo y disfrutarlo.

Si nosotras confiamos en ellos, ellos van a confiar en sí mismos. Si confiamos en que otros también pueden cuidarlos, esas personas van a cuidarlos bien. 

Y, si nosotras somos felices, ellos serán felices.

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