Cristina envió un rosario a la villa 31 en homenaje al Padre Mugica
Al cumplirse 95 años de su natalicio, militantes kirchneristas recibieron un rosario de manos de Cristina Kirchner en San José 1111 y lo llevaron a la Villa 31 para rendirle homenaje. "Lo único que hay que erradicar de las villas es la miseria"
«A 95 años del nacimiento del Padre Mugica, conmemoramos el día de la identidad villera y reivindicamos sus ideales, su compromiso y su coraje» indicaron desde La Cámpora.
«Desde San José 1111 a la Villa 31, le llevamos a Mugica el rosario que Cristina le envió. “Lo único que hay que erradicar de las villas es la miseria”. Siempre presente»
Mugica, el cura con los pobres.
En la historia argentina hay nombres que no se apagan. Algunos porque el poder los eleva; otros, porque el pueblo los rescata. El del Padre Carlos Mugica pertenece a los segundos. Fue un hombre de fe, sí, pero también de lucha. Un cura que entendió que el Evangelio no se predicaba desde los altares, sino desde el barro de las villas, entre los olvidados.
Nacido el 7 de octubre de 1930 en una familia de clase alta porteña, Mugica podría haber tenido una vida cómoda, lejos de cualquier sobresalto. Hijo de un diplomático y una mujer de fuerte vocación social, cursó estudios en el Colegio Nacional de Buenos Aires y se recibió de abogado antes de ordenarse sacerdote en 1959. Pero algo en su interior lo empujó a romper con la comodidad y abrazar la causa de los pobres.
Su paso por el seminario fue el punto de quiebre: allí conoció a curas que entendían el cristianismo como compromiso político y no como refugio. De esa semilla nacería el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, un colectivo que desafiaba la mirada conservadora de la Iglesia y acompañaba las luchas populares de los años 60 y 70.
Mugica fue un puente entre dos mundos: el de los barrios acomodados y el de las villas miseria. Pero no se quedó en la teoría: eligió vivir en la Villa 31, en Retiro, donde fundó el Movimiento Villero Peronista. Allí, entre casas de chapa y pasillos de barro, el “Padre Carlos” se transformó en una figura de referencia, tanto para los vecinos como para los militantes políticos.
Predicaba con el cuerpo. Conocía a cada familia por su nombre, compartía la mesa y las penas. Sus misas eran multitudinarias, su palabra una mezcla de Evangelio y conciencia de clase. Decía:
“Yo no quiero ser un cura de los pobres, quiero ser un pobre con los pobres.”
Esa decisión lo puso en la mira. Su militancia social, su cercanía con los sectores populares y su apoyo a las causas peronistas lo convirtieron en una figura incómoda, tanto para la jerarquía eclesiástica como para el poder político y militar.
A fines de los 60, Mugica se acercó al peronismo revolucionario, sin alinearse completamente con ninguna organización armada. Criticaba la violencia, pero entendía sus causas. Su relación con Montoneros fue de respeto mutuo, aunque seguía apostando a transformación desde el amor, no desde las armas.
El 11 de mayo de 1974, tras celebrar misa en la parroquia San Francisco Solano del barrio de Mataderos, Mugica fue asesinado a balazos. Tenía 43 años. Su cuerpo cayó en la puerta de la iglesia, mientras los disparos del odio intentaban silenciar su voz. No lo lograron.
Su muerte marcó el inicio de una etapa oscura en la Argentina, pero también dejó un legado imborrable: el compromiso con los que menos tienen, la convicción de que la fe sin justicia social es solo discurso vacío.
Hoy, medio siglo después, su figura sigue viva en las villas, en los curas que caminan entre los pasillos, en las ollas populares, en los jóvenes que todavía creen que cambiar el mundo es posible.
Mugica no fue un santo de estampita. Fue un hombre de carne y hueso, lleno de contradicciones, pero también de coraje. Un tipo que entendió que la verdadera revolución empieza cuando uno elige no mirar para otro lado.
Los comentarios están cerrados.