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“Argentina está muriendo”, dijo Trump: un país atado a los viejos fantasmas del endeudamiento

Donald Trump lo dijo sin rodeos: “Argentina está muriendo”. Lo dijo mientras firmaba un swap por 20 mil millones de dólares con el gobierno de Javier Milei, y lo dijo también con la arrogancia de quien sabe que esa frase puede mover mercados, condicionar gobiernos y tener efectos devastadores en el plano social.

La historia vuelve a repetirse: un país que implora oxígeno financiero, un poder extranjero que ofrece dólares con intereses políticos, y un pueblo que paga el costo de los experimentos (saqueos) económicos.

El rescate made in Washington

La nueva línea de intercambio de monedas con el Tesoro norteamericano busca reforzar las reservas del Banco Central y sostener un tipo de cambio que se desangra día a día. Pero el respaldo tiene precio: Trump ya anticipó que la ayuda podría cortarse “si Milei pierde las elecciones legislativas”.

En otras palabras, la economía argentina vuelve a depender del humor político de la Casa Blanca, esta vez, con explicita injerencia en materia de soberanía política y económica.

Mientras tanto, los mercados siguen nerviosos. El “milagro libertario” de Milei y Caputo no llegó, y las fábricas que aún sobreviven en el país lo saben bien. Desde el cierre del histórico horno de vidrio de Lumilagro hasta la caída de la producción automotriz, la promesa de un capitalismo desregulado que iba a liberar fuerzas productivas se tradujo, por ahora, en despidos y persianas bajas.

El laboratorio Milei–Caputo: ajuste, fe y mercado

Desde el día uno, el dúo Milei–Caputo se propuso hacer del ajuste una bandera. Reducir el déficit, achicar el Estado, liberar precios y tasas, desarmar regulaciones, abrir el comercio. El recetario ortodoxo clásico, sazonado con retórica libertaria y redes sociales.

Pero los resultados son los mismos de siempre: caída del consumo, inflación persistente, fuga de capitales disfrazada de “sinceramiento”, y una sociedad que mira con angustia el precio del pan y de los medicamentos.

A esta altura, el programa económico parece más un dogma que un plan. Y lo paradójico es que, pese a la austeridad, el gobierno necesita endeudarse cada vez más. El swap de 20 mil millones no es otra cosa que deuda encubierta: dólares prestados para sostener un modelo que dice no querer depender del exterior, pero que sobrevive gracias a él.

Un déjà vu con acento neoliberal: comprar tiempo a costos altísimos 

La película ya la vimos. La vimos en 2001, cuando Fernando de la Rúa firmó el “blindaje” y el “megacanje” para comprar tiempo. La vimos en 2018, cuando Mauricio Macri anunció con sonrisa televisada el “préstamo más grande de la historia” con el FMI. Y la volvemos a ver ahora, con Milei abrazando a Washington para evitar el colapso de su gobierno, envuelto en corrupción y redes de narcotráfico al desnudo.

El resultado siempre fue el mismo: endeudamiento, ajuste, recesión, estallido social. La historia económica argentina parece escrita con fotocopias de la misma receta: cuando el país se queda sin dólares, corre a buscarlos afuera. Y afuera nunca los regalan: los venden con intereses, condiciones y humillaciones. colonialismo contemporáneo.

Un país al borde y un pueblo en la cuerda floja

En los barrios populares, el “orden macroeconómico” del que habla el Presidente suena como una burla. El plato de comida se encareció, los comedores ya no dan abasto, los salarios públicos se licúan, y la inflación de los alimentos le gana a cualquier índice oficial. Mientras tanto, los empresarios aplauden los recortes y los fondos especulativos festejan cada suba del dólar.

En el medio de esa tormenta, Trump suelta su diagnóstico fatalista: “Argentina está muriendo”.
Pero lo que muere, en todo caso, no es el país: son las esperanzas de una clase media en retirada, son las pymes que cierran, son los jóvenes que hacen fila para irse, son los jubilados que eligen entre remedios y comida. Son los sectores más vulnerables que añoran tiempos de antaño.

La muerte y las resurrecciones

No, Argentina no está muriendo. Está, como tantas veces, tratando de sobrevivir a sus verdugos de siempre: los que endeudan, los que fugan, los que ajustan, los que aplauden desde afuera cada vez que el país se arrodilla. Pero también están los otros: los que resisten, los que siguen produciendo, los que sostienen comedores, cooperativas y escuelas cuando el Estado se retira.

Están los que toman deudas y los que las pagan.

Trump podrá repetir que el país “está muriendo”, pero lo cierto es que Argentina sigue respirando —a veces con dificultad— porque su pueblo no se resigna. Cristina sigue presa comandando el movimiento político que le decuelve las esperanzas al pueblo argentino, que ya le picó el boleto al anarcocapitalismo que le prometió dólares y les dio hambre. Y esa, en definitiva, es la única garantía de futuro que aún tenemos.

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