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Elecciones en Bolivia, la Biblia y la Whipala

De cara a las elecciones del domingo en Bolivia, compartimos un análisis político que recorre el contexto, las antípodas y la fragilidad de una democracia golpeada. Por Nicolás Cancellieri.

Si hay algo que abunda en las cátedras de Ciencia Política, son los debates y definiciones sobre lo que es una democracia. Una de ellas, no exenta de sus polémicas, es la de Joseph Schumpeter, que reduce el término a una concepción minimalista. No considera ni la participación de la población en los asuntos públicos, ni la independencia entre poderes, ni los niveles de igualdad y libertad que tiene una sociedad.

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REUTERS/Marco Bello

Para él, simplemente es un mecanismo de rotación de gobernantes y el único que lo permite sin derramamientos de sangre.

Es decir, que la condición para que un gobierno sea democrático es que, tras las elecciones, el perdedor acepte los resultados. Esperando hacerlo mejor en los comicios ulteriores, y que el vencedor se abstenga de la tentación de usar el aparato del Estado para barrer del mapa a sus competidores.

¿Cómo se aplica esto a las elecciones del domingo en Bolivia? Primero veamos el contexto.

Evo Morales asumió la presidencia de Bolivia en 2006, poniendo fin a una profunda crisis política. Desde el principio, tuvo como foco revalorizar el status de los pueblos originarios. No solo con mejoras en sus condiciones de vida, sino ensalzando su identidad y dándoles peso político, por ejemplo ampliando su participación en el gabinete, el parlamento y los organismos públicos. Lo que hizo fue convertir a Bolivia en un Estado plurinacional y la bandera Whipala en un símbolo nacional. Un gran avance considerando que esta población careció, de facto, del derecho al voto hasta la década del ´50. Incluso, luego siguieron siendo ciudadanos de segunda categoría.

Su presidencia se vio acompañada por el super ciclo de los precios de los commodities, lo que impulsó fuertemente el crecimiento del país. Bolivia se dedicó principalmente a la exportación de Gas (32% del total), Zin (17%) y Oro (12%). Con esto encontró una fuente de financiamiento para sus reformas.

El fin de este ciclo golpeó, y aún lo hace, a todas las economías de la región y, por supuesto, la república plurinacional no es la excepción. Sin embargo, esta caída no se notó inmediatamente, ya que el PBI continuó en ascenso, pero a una tasa menor. Pasó de un 6.8% anual en 2013, al 4.2% en 2018 y 3.9% para 2019. Esto se debe a que, durante la gestión de Evo Morales, se tomó la medida precautoria de engordar las reservas del Banco Central. En ese entonces, contaba con 854 millones de dólares en 2002, pasando a $15.000 millones en 2014. El objetivo era tener una forma de financiar al Estado ante una caída en los precios de los commodities, pero las reservas se vieron fuertemente mermadas, alcanzando los $6.200 al 30 de junio del 2020. 

El saldo comercial deficitario golpeó a importantes sectores de la economía. Especialmente, en el de los hidrocarburos y el metalífero, traduciéndose en una creciente dificultad para financiar al gobierno, que debió recurrir a sus reservas. En añadidura, la mayor parte de los ingresos del Estado provienen del Impuesto Directo a los Hidrocarburos. Ya venían con un marcado descenso al momento de comenzar la pandemia y se calcula que las regalías podrían ser un tercio de las del 2018. Con todo esto, algunas estimaciones dan un 5.5% de caída en el PBI para este año.

Para mediados del 2018, el 78% de la población consideraba que el país estaba en crisis. Se potencia si consideramos que el 65% de la fuerza laboral pertenece al sector informal y que el Covid-19 todavía no había hecho su aparición. La crisis económica, como suele ocurrir, fue el caldo de cultivo perfecto para revivir viejos fantasmas.  

 

Históricamente el país estuvo dividido entre el oeste (montañoso, rural y con población mayoritariamente indígena); y el este (de tierras llanas, mucho más rico, con amplios recursos petroleros y mineros, y con predominio de habitantes de ascendencia europea).

Los departamentos del este, como Tarija, Potosí, Beni y Santa Cruz, se han sentido separados del resto del país. Desde la perspectiva de muchos de sus habitantes, y no pocos de entre la clase política, subsidian con su riqueza a la Bolivia rural, atrasada e indígena, modelo del cual se sienten ajenos. Son muchos los reclamos en este contexto, incluso demandas por la creación de gobiernos autónomos. Sobre esto volveremos en breve.

La grieta, de carácter socioeconómico, cultural y étnico, resurgió en las protestas posteriores a las elecciones del 2019. Sucedió de manera abrupta y en medio de manifestaciones racistas y divisiones regionales. Los manifestantes opuestos al gobierno, entre quienes predominaban las clases medias urbanas, quemaban la bandera Whipala, y las fuerzas policiales, alzadas contra la administración, arrancaban el pabellón de sus uniformes.

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Las elecciones del próximo domingo no escapan a esta dinámica. El ex presidente Carlos Mesa se impone en la mayoría en estos departamentos. La excepción es Santa Cruz, donde Luis Camacho. Tal vez, la expresión más intensa del antimasismo y quien encabezó las protestas del 2019 que finalizaron con la caída del gobierno de Morales, imponiéndose con un 38%. Por su parte, el candidato del MAS Luis Arce, exministro de economía de Evo, gana en los departamentos del oeste rural, La Paz, Cochabamba, Oruro y Pando.

En el cuadro general, los sondeos le están dando la victoria a Arce, con cerca de un 40%. Detrás, Carlos Mesa lo secunda con el 33%. En un plazo inmediato, el objetivo del primero es ganar en primera vuelta, para lo que requiere el 50% del caudal electoral, o un 40%, superando por 10 puntos al segundo. Del otro lado del tablero, Mesa debe evitarlo, para llegar a un Ballotage en el que pueda concentrar a los electores antimasistas.

En una perspectiva de mediano alcance, sin embargo, la situación es bastante más compleja y excede el resultado de los comicios.

Los Balcanes latinoamericanos

Un fenómeno de balcanización hace referencia a esta región al sur de Europa. Los nacionalismos étnicos han dejado una marca de violencia durante siglos. Entre otros, involucran el inicio de una guerra mundial y algunos genocidios. Con ello, se convirtieron ejemplo de manual de como las diferencias entre distintos grupos nacionales, que se ven entre ellos como enemigos, pueden desencadenar eventos desastrosos.

Salvando las distancias, desde los albores de la Republica de Bolivia, Santa Cruz de la Sierra ha buscado ciertos niveles de autonomía. Durante la primera mitad del siglo XIX, estuvo aislada de los centros de poder. Primero Sucre y luego La Paz, cuando se trasladó allí la capital. Ya habían existido incipientes movimientos autonomistas, frente al centralismo de la capital. En 1899, estalló la guerra de Acre, entre Bolivia y Brasil, que se disputaban esta región rica en oro y caucho, industria en auge en aquella época. 

Por la mencionada lejanía de esta zona, fueron los habitantes locales los primeros en llevar a cabo una resistencia contra las fuerzas brasileñas. Combinado con la perdida de salida al mar, produjo una creciente concientización entre los criollos cruceños de la importancia de la región oriental. Por un lado, por su riqueza en recursos, como por la posibilidad de desarrollar las comunicaciones a través de los ríos. En aquel contexto comenzaron a florecer ideas autonomistas, que se incrementaron a medida que Santa Cruz se enriquecía y ganaba peso.

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Fuente: AP

El regionalismo independentista es alimentado constantemente por los grupos políticos locales, que ven una disputa irresoluble entre Santa Cruz y La Paz. En 2001, se creó el Movimiento Nación Camba, que tenía por objeto convertir a Santa Cruz en una región autónoma, con su propio gobierno. Desde su perspectiva, La Paz actúa como una colonia que los consume para mantener al resto del país.

Las tensiones escalaron en el 2008, cuando se llevó adelante un referéndum para aprobar el estatuto de autonomía para Santa Cruz, el cual fue tachado de ilegal por el gobierno de La Paz. La votación se saldó con un abrumador apoyo, del 86%. Sin embargo, la jornada no estuve exenta de incidentes, pedradas y boletas quemadas, y tampoco faltaron las acusaciones de fraude.

Este evento fue seguido de manifestaciones por parte de grupos extremistas, que llegaron a tomar instalaciones cívicas y financieras, exigiendo que es efectivizara el estatuto.

Finalmente, en el 2018, este fue ratificado por el Tribunal Supremo Plurinacional de Bolivia, con lo que Santa Cruz se convirtió en un departamento autónomo. Sin embargo, esto no significó el fin de los reclamos.

Muchos líderes locales, como el gobernador Rubén Aguilera y Luis Camacho, ensalzan las virtudes de su modelo, en contraposición con el del MAS, el cual entienden como antidemocrático y caduco. Estos personajes se hicieron oír en las protestas del 2019, en particular el segundo, quien llegó a ganarse el epíteto de “el Bolsonaro boliviano”. Las manifestaciones se desarrollaron en un contexto de violencia y discriminación, entre comentarios racistas y quemas de la bandera de los pueblos andinos y se colocó a la Biblia como un símbolo en contraposición de la Whipala.

“La Biblia volverá al palacio de gobierno” decía.

Volviendo al presente, el mapa electoral muestra a un MAS acoplado detrás de la figura de Arce. La oposición está fragmentada, tanto que forzó a Jeanine Áñez a bajar su candidatura. Pero Camacho, tercero en las encuestas, se ha negado, lo que le ha valido acusaciones de estar haciéndole el juego al MAS. 

Pero si vemos el escenario en detalle, el Bolsonaro boliviano se impone por cerca de 39% en Santa Cruz de la Sierra, dándole un caudal político en la localidad que el resto de candidatos no tiene. Es probable que esté mirando más allá de las elecciones.

Al marco de contracción económica, creciente polarización política y racial, hay que sumar la falta de confianza que existe respecto a la transparencia del proceso electoral, pero lo trágico es que esto tal vez no importe tanto. En el mundo de la postverdad, es igual o más importante la creencia haya habido fraude a que este efectivamente haya ocurrido o no. 

Aquí retomamos a Schumpeter. Tal vez la mejor esperanza es que quien pierda las elecciones en Bolivia esté dispuesto a aceptarlo y quien gane no se dedique a la supresión de los vencidos. Pero una sociedad desbordada de intolerancias y miedos, combinados con figuras públicas dispuestas a capitalizarlo, no deja un panorama alentador. 

 

Bolivia: aumenta la tensión

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