Recibir los golpes y resistir con aguante, así viven los jubilados
Dolor y resabios de lo que supo ser. Años de trabajo, sacrificio y aportes. Cada Gobierno neoliberal muestra la peor de sus caras y apunta todos sus cañones al mismo callejón. Mientras tanto, la lucha se siente solitaria y la vida se hace muy dura.
“No hay que tener miedo a la represión”, dijo el vocero presidencial Manuel Adorni para justificar la violencia que aún no ocurría. Sus palabras fueron la antesala lo que vino después. Palos, gases, fuerte con los más débiles y débiles con los más fuertes, una premisa que se reitera.
Sin alterar el panorama, pero sí afectando los ánimos, el director de PAMI, en simultáneo, con un absoluto cinismo habló de llevar tranquilidad a los afiliados, porque no son cien los medicamentos que dejan de tener cobertura, sino 44 y monovalentes, lo que significa una cifra aún mayor.
¿Qué pasa con los jubilados, el último orejón del tarro? Cuando empiezan con la licuadora, y la motosierra o el machete, los primeros en sentir los golpes en su cuerpo y en el bolsillo son ellos, los que aportaron una vida para una vejez digna y, en lugar de eso, recibieron más palos que plata.
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Lelia tiene 66 años, y repite cada vez que le ponen cerca un micrófono que está imposible todo. Es jubilada con la mínima, trabajadora de la cultura, que hace vestuarios para cine y tele y cobra menos de 300 mil pesos. “Yo siempre trabajé por mi cuenta, e intento seguir trabajando, pero como trabajadora de la cultura, está imposible todo, no hay subsidios, no hay cine no hay nada”.
Jorge, por su parte, es un jubilado portuario. Gana 700 mil pesos, pero asume que la decisión de Javier Milei de vetar el aumento “es una burla” porque “nosotros estamos peleando por todos, por los que cobran la mínima y por lo que aún no son jubilados también”. Lo cierto es que mientras acompañan otras luchas, los jubilados se sienten poco acompañados.
“No tengo nada en común con él, me parece que no nos representa. Queremos lo que es justo: un sueldo digno para los jubilados, y para todas las escalas. La gente que está cobrando la mínima, no le alcanza ni para comer”, señala Jorge, que explica “ya no puedo ni comprarme los remedios, además tengo un hijo discapacitado. Todo el mundo tiene sus propios problemas”.
“No lo queremos a Milei. No solo por lo que le está haciendo a los jubilados, todo es una porquería. Todo el Gobierno, y que los diputados y senadores se pongan las pilas también”, expresa Cristina, una jubilada con la mínima que sostiene un cartel que advierte “No al veto”.
A su vez, y en representación de Política Obrera, para Marcelo Ramal apoyar la movilización de las y los jubilados es muy importante por muchos motivos. “En primer lugar porque rechaza el veto que Javier Milei quiere colocar sobre la ley jubilatoria, un veto que se agrava o se agiganta cuando uno piensa en lo miserable y pequeño que dio el Congreso”. “Solo le va a aumentar y 7% los haberes a los jubilados”, reitera.
También apuntó a la Corte Suprema, que estableció “que las jubilaciones no tienen por qué tener un porcentaje determinado de los sueldos en actividad, esto significa desenganchar definitivamente al haber de los salarios y por lo tanto convertir a la jubilaciones en una pensión de miseria”
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Las voces parecen cada vez más. Se quiebran al pasar, se escuchan a lo lejos, y también a lo cerca. Mercedes grita, grita por su jubilación: “Cobro 270 mil pesos, no puedo comprar nada”.
El descontento de muchos jubilados se hace sentir en las calles. Lidia, en un momento de profunda angustia, comenzó: “No me preguntes si puedo comer, no puedo comer, porque eso le preguntan a todos, yo no quiero llorar”. Con un fuerte sentido de indignación, ella expresó que la situación actual los ha dejado a merced de “unos delincuentes psicópatas que se ríen de nosotros en la cara”. Esta es una realidad que muchos jubilados enfrentan, ya que, según ella, “por 17 mil pesos roñosos” no se puede cubrir ni lo más básico.
Por su parte, Juan Manuel, miembro de una organización de jubilados, reflexionó sobre el contexto político actual, comparándolo con tiempos oscuros del pasado. “Esto me hace acordar a la dictadura militar”, dijo. Esa referencia, que tan reciente y presente en la historia argentina (incluso para negacionistas y revisionistas), alude a las políticas que favorecen, una vez más, a multinacionales. Esa sensación de injusticia se ve reflejada en su declaración: “Milei es un hijo de puta, está al servicio de sus intereses que siempre cuidó”.
“Milei es un hijo de puta, está al servicio de sus intereses que siempre cuidó”
La necesidad de movilización fue también un punto destacado por Lelia. Para ella, “no solo los jubilados” se deberían unirse a las protestas, pues entiende que “todos los trabajadores la están pasando muy mal”. De todas maneras, recuerda que muchos no pueden asistir a las manifestaciones porque “están corriendo para alimentar a sus hijos”, una afirmación que resalta el estrés económico que prevalece en la sociedad.
Nancy, una jubilada docente, también compartió su experiencia sobre la pérdida del poder adquisitivo. “Ya me falta el 30% de mi sueldo, tuve que empezar a dar clases particulares”, señala a un año y medio de jubilarse.
Ella considera que la política del actual gobierno es “la más nefasta” y pide a los sindicatos que “rompan la tregua y que salgan con nosotros”, reconociendo la represión que enfrentan los manifestantes cada miércoles: “La salvajada con la que nos gasearon y nos pegaron solo se justifica porque Bullrich es la ministra de seguridad”.
Ni uno, ni dos, ni tres. Cada testimonio, con sus particularidades, reflejan la angustia y la lucha de quienes dedicaron sus vidas a trabajar. Hoy, una vez más, la realidad dista mucho de lo que merecen por sus sacrificios. Llamados a la acción resuenan en cada rincón, con el objetivo de que se escuchen sus voces y se reconozca su dignidad. Porque un día, quizás, dejen de creer que hay que ser fuerte con los débiles y débiles con los fuertes.
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