La alarma suena a las cinco de la mañana. Hoy tengo que preparar trabajo y estudiar. Por supuesto nueve meses al año comparto casa con dos adolescentes, con todo lo que eso implica. Arranco dormida. La maternidad cambió para siempre mi sueño.
Antes me gustaba la quietud de la noche, ahora ya no es posible. Desde que comenzó la pandemia algo se resiste a resignar el horario nocturno. Estos meses sufrimos muchas pérdidas, muchas cosas cambiaron, nos va costar recuperarnos. Pero esta es la vida por la que tanto abogamos. Quedamos con doble carga, la laboral y el cuidado de lxs hijxs. Pero entiendo que estoy en un momento bisagra de la historia y que lo que intento cambiar todos los días es para las generaciones futuras. Para que ninguna niña sea violada, torturada, manoseada o tenga miedo de salir a la calle; que ninguna joven que se encuentra estudiando sea menospreciada en una entrevista de trabajo a pesar de tener las mismas calificaciones que cualquier compañero. Para que elijan desde el amor y no desde la necesidad. Porque hasta de eso nos privaron. De poder elegirnos desde el amor.
Esta pandemia nos quitó el encuentro en la calle, pero encontramos otras formas, armamos redes, y aunque no nos conocemos cuando sabemos que alguna necesita ayuda no dudamos. Porque entendemos que sin la complicidad de la otra nos devoran.
Aunque no nos conocemos cuando sabemos que alguna necesita ayuda no dudamos. Porque entendemos que sin la complicidad de la otra nos devoran.
Un motochorro se llevó el celular en el momento que me preparaba para festejar mis 45 años. Crecí en una casa sin papá y entiendo como la sociedad castiga a las mujeres que no tienen un varón que las “proteja”. Lo aprendí en la adolescencia. Me preparé con una estructura mental para sostener mi mundo sin figuras masculinas. Me costó muchas cosas, pero me enseño otras tantas. Y una de ellas es que yo puedo, a veces más, a veces menos, pero puedo. Me enseñó a cuestionar el orden establecido y a resignar muchas cosas. También me enseñó a ocultar lágrimas, a resistir frustraciones, a proteger la libertad y la alegría. En algún momento quise armar una familia y lo di todo porque es la única manera que conozco, darlo todo hasta que se agotan las posibilidades. Pero no funcionó. O sí, pero de otra manera. Materno con amigas, con amigos y con abuelos.
Y aunque a veces siento que quisiera tener un amor compañero, hasta que no sea desde la completa ausencia de necesidad, prefiero la soledad. La tan temida soledad. Que por suerte es otro miedo que está cambiando y ojalá que llegue para quedarse. Abogar por el amor, no por el que no padece conflictos, sino por el real. Pero sobre todo por uno sano.
En todos estos pensamientos estamos en Argentina, con algunas diferencias pero siempre con el mismo objetivo, obtener los mismos derechos. Ser más empáticas, más humanas, cuidar nuestro planeta y seguir exigiendo y exigiendo hasta el cansancio que las cosas cambien. Los jueves me toca hablar de los vínculos. Y aún no me dejo de sorprender cuando veo que algunas personas adolescentes repiten patrones que creía perdidos. Pero nada me preparó para recibir un mail de lo que estaba pasando en Afganistán con las mujeres.
Nada me preparó para recibir un mail de lo que estaba pasando en Afganistán con las mujeres
A pesar de trabajar todos los días con la violencia e intentar explicar que ese nunca es el camino y que para eso tenemos que ir derribando conceptos culturales muy arraigados, hay cosas con las que no puedo lidiar. Pasé dos días con incomodidad en el cuerpo. Imagino cómo sería ser privada de mi libertad e intento no llorar. Lloro desconsoladamente porque quizás estos días nuestro trabajo sea en vano; por todas las que se fueron en esta pandemia por golpes que se podrían haber evitado; lloro por mí y por las que vendrán; por la cantidad de pedidos de auxilios que colman mi celular. Lloro de cansancio. Porque quizás nunca pero nunca pueda comprender por qué no es posible erradicar la violencia de una vez y para siempre.
Pensar que en este momento miles de mujeres serán privadas de su libertad y convertidas en meros objetos genera impotencia, tristeza y falta de entendimiento. En algún momento Afganistán quiso ser una república socialista. Finalmente llegan el poder pero paradójicamente Estados Unidos y Gran Bretaña quieren frenar este avance del comunismo. Pero también porque es un lugar estratégico y el 80% del opio se produce en ese lugar, así que priman los intereses económicos.
Surgen los talibanes con el apoyo de Reagan y Carter. Son formados en las escuelas, las yihad
Cómo no fue un gobierno ausente de conflictos, piden ayuda a la Unión Soviética. Surgen los talibanes con el apoyo de Reagan y Carter. Son formados en las escuelas, las yihad. El Islam no tiene una única facción pero este extremismo ha crecido. En el 92 cae el régimen socialista y quedan los muyahidines. Del 92 al 96 hay una guerra civil y ahí se generan los talibanes. Este régimen está en contra de todos los derechos humanos y cometen todas las atrocidades que tanto conocemos. Por qué vuelve el miedo y la preocupación. Porque todas estas mujeres y niñas que habían logrado cierta independencia hoy están obligadas a usar burka. A no utilizar cosméticos, a no reírse, a no ejercer ninguna tarea fuera de la casa. No pueden salir sin la compañía del hombre. No pueden trabajar, ni estudiar. Y el miedo vuelve. El miedo atávico el profundo.
El miedo de salir a la calle y que alguien nos corte la libertad de cualquier forma, repentina y de manera violenta. Pero las lágrimas se secan porque mientras hay vida hay capacidad para ayudar. Pero cómo podemos ayudar. Replicar y replicar a las mujeres que aún resisten y se niegan a estar nuevamente privadas de su libertad. Conversar sobre esto como un ejemplo extremo pero que sirve para entender qué es ser y que implicar ser una niña privada de sus derechos básicos. Que no podemos pensar en fronteras, ni en matices, ni pretender entender lo inentendible. Simplemente pero no menos importante hablar, explicar y no retroceder en nuestras acciones. Porque prefiero mil noches en vela que ver sufrir una niña más.
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