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Falleció Norita, vivirá por siempre en nuestros corazones

Nora Morales de Cortiñas fue una incansable defensora y militante de los derechos humanos. Su historia de vida dejó un legado para siempre. Falleció a los 94 años este jueves 30 de mayo.

Es el tercer viernes de abril de 1977. Norita, al igual que muchas trabajadoras de clase media, casada y con hijos, se despierta para seguir con su rutina: dar talleres de costura en su casa y no involucrarse con el terror instalado por el golpe de Estado. Con 47 años, sabía coser, sabía cocinar, sabía ser buena esposa, sabía ser buena madre. Lo que no sabía es que ese día su vida cambiaría para siempre y que la desaparición de su hijo mayor Carlos Gustavo Cortiñas la convertiría en una de las mujeres más valientes de la historia argentina. Hoy, tras su fallecimiento, recordamos su extenso recorrido en la lucha por los Derechos Humanos y su compromiso con la política argentina.


Nora Irma Morales de Cortiñas, integrante de Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora y referente de Derechos Humanos, nació el 22 de marzo de 1930. Hija de una familia porteña de clase media, humilde y trabajadora, hermana de cinco hermanos y madre de dos jóvenes que soñaban con la justicia social, la madre fue una pieza fundamental en la búsqueda de jóvenes desaparecidos y desaparecidas por los militares.

 

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Norita cursó hasta sexto grado en la escuela Coronel Suárez. Después, pasó al secundario y conoció a Carlos Cortiñas, seis años mayor que ella. Según relata, el flechazo fue inmediato. Cuando ella cumplió los 18, él pidió su mano. Se casaron un año después. En 1952 nació el primer hijo de la familia, Carlos Gustavo. Después, en 1955, llegó Marcelo.

Carlos trabajaba en el Ministerio de Economía. Era peronista y admiraba profundamente a Eva Perón. Nora, estaba alejada de la política y el epicentro de su vida era la casa de la familia en Castelar. Ella daba clases de alta costura y, a veces, cosía para afuera. A Carlos no le gustaba que su esposa trabajara. Según asegura Norita, era muy “machista”.

A su hijo mayor lo llamaba por su segundo nombre, Gustavo. El estudiaba en la Universidad de Morón, pero con los años empezó a detestar la educación privada y terminó estudiando en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Militaba en la Juventud Peronista, en la Villa 31 junto al Padre Carlos Mugica.

Gustavo cumplió 22 años el 11 de mayo de 1974. Ese día estaba triste y no quiso festejos. La Triple A había acribillado al sacerdote. Nora se angustiaba y le pedía a Gustavo que no se expusiera.

“Quería estar tocando las bases del pueblo, de una militancia con sueños de justicia social”, recuerda Nora, con voz firme y sin lágrimas en los ojos al compartir cómo era su hijo, un estudiante de Económicas que militaba en la Villa 31 de la mano del Padre Carlos Múgica. “Nosotros le pedíamos que se fuera del país pero como mucho de sus compañeros decía no hacia nada malo y no tenía por que irse”, agrega al ser entrevistada por Canal Encuentro. Ese día, ella entendió que había que ir siempre al frente. Y cumplió con la enseñanza de su hijo mayor.

El 15 de abril de 1977, Gustavo salió para el trabajo. Nunca llegó. Tampoco se encontró con Ana, su pareja, como habían arreglado. Con el tiempo, se supo que a él se lo habían llevado de la estación Castelar.

Ana lo esperó en la casa de Nora y Carlos. Estaba desesperada. Por la ventana, veía pasar los Falcon. La densa calma se hizo añicos cuando sonó el timbre. Se asomó y le dijeron que venían a avisarle que Gustavo había tenido un accidente. Pocos segundos después, la patota ya estaba adentro. Golpes, preguntas, armas. Uno de los represores que murmuraba “coincide” cuando la muchacha contestaba al interrogatorio.

Ana le dio la noticia a Nora de que se habían llevado a Gustavo. La madre no dudó y salió a buscarlo. La primera gestión la hizo en la Catedral de Morón. La segunda fue en la comisaría de la zona. Una empleada le preguntó su dirección y dijo que había zona liberada.

Con su marido, se acercaron a los organismos de derechos humanos que ya estaban funcionando, como la Liga Argentina por los Derechos del Hombre (LADH), la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH) y el Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos (MEDH).

 

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La primera vez que pisó la Plaza de Mayo, fue en mayo de 1977, después de que su cuñado de hablara de unas mujeres que se reunían frente a la Casa de Gobierno. Nunca la abandonó, ni con el terror que provocaron los secuestros de Azucena Villaflor de De Vincenti, Esther Ballestrino de Careaga y María Eugenia Ponce de Bianco en diciembre de ese año.

“El público que pasaba por la Plaza de Mayo muchos años no nos vio”, contó años antes en una entrevista con la Biblioteca Nacional. “Éramos invisibles. Nadie se acercaba a preguntar qué hacíamos ahí”, agregó.

Si tenía miedo, Nora lo disimulaba. Se metió en plena dictadura en Mansión Seré, el centro clandestino que funcionaba en Castelar. Esperaba escuchar algún grito que le permitiera saber si Carlos Gustavo estaba retenido allí.

La Navidad de 1978 la pasó en Dolores. Había ido junto a otras dos madres para pedirle al juez Carlos Facio que las dejara identificar unos cadáveres que habían aparecido, días antes, en la costa. Querían saber si eran sus hijos o no. Nora hizo lo que el Poder Judicial no hizo. Viajó a Santa Teresita para averiguar cómo había sido el hallazgo.

Cuando llegaba la Navidad, Nora abrigaba una esperanza, que le devolvieran a su hijo. “No sé por qué en Navidad, pero no porque esperara de los militares algún gesto de humanidad. Era una forma de dar lugar a la esperanza. Creo que en todas las familias esa esperanza estaba presente, una madre tejía un suéter, o compraba el jean que al hijo le hubiera gustado, se ponía un cubierto más en la mesa. Tantas cosas”,       compartió

Norita nunca logró saber cuál fue el destino de Gustavo. Siempre entendió que la Plaza de Mayo era el lugar desde donde reclamar explicaciones al poder político. Que abrieran todos los archivos de la represión era una de sus exigencias. Con la llegada de la democracia, Nora se convirtió en una de las referentes de la Línea Fundadora de Madres de Plaza de Mayo.

En 2012, cuando ya llevaba 35 años buscando, volvió a presentar un hábeas corpus. Fue a la audiencia y el juez le preguntó por qué lo hacía. La respuesta fue punzante. “Porque antes de morirme quiero saber qué pasó con Gustavo”.

Durante los años posteriores, la madre luchó por todos, dando un ejemplo que marcó a más de uno. Donde había un reclamo, ella estaba. Entendió muy rápidamente que la lucha por los derechos humanos era dinámica, que no se acababa con el reclamo de verdad y justicia por los crímenes de la dictadura. Se sumó a las luchas del feminismo, se calzó el pañuelo verde por el aborto, se acercó a las diversidades y caminó muy cerca de Sergio Maldonado cuando desapareció su hermano Santiago.

Para el último 24 de marzo, buscó la unidad de quienes salieron a la calle para reclamar verdad y justicia en tiempos de un gobierno negacionista como el de Javier Milei y Victoria Villarruel. El 9 de mayo avisó que no iría a la Plaza de Mayo para plegarse al paro general de las centrales obreras y el 17 fue intervenida quirúrgicamente por una hernia en el Hospital de Morón, donde permaneció en terapia intensiva.

A las 18:41 del jueves, la familia de Nora comunicó su fallecimiento a través de un comunicado. “Profundamente preocupada en estos tiempos por la grave situación que atraviesa nuestro país y dispuesta siempre a estar presente allí donde hubiera una injusticia, Norita luchó hasta último momento por la construcción de una sociedad más justa. Nos queda el orgullo de haber compartido su vida, su impronta y su enseñanza que dejarán en su familia y en la sociedad una huella imborrable”, compartieron.

 

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A los pocos minutos, apareció un cartel en la reja que protege la pirámide de Mayo. “Nora eterna”, decía. Horas más tarde, cientos de militantes y vecinos se acercaron a la plaza a homenajearla. Finalmente será despedida este viernes de 9 a 18 en la Casa de la Memoria y la Vida, Predio Quinta Seré (Santa María de Oro y Blas Parera, Castelar). En el mismo lugar que en pleno exterminio Nora recorrió con la esperanza de rescatar a su Gustavo.

La sensación que se vive en este momento es injusticia. Es cierto. La vida es injusta porque todos vamos a morir. Pero Norita, como tantos otros, transcenderá y será eterna, y aunque sea difícil de aceptar, que eso suceda es uno de los mayores actos de justicia que vamos a poder presenciar.

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