Las calles son nuestras aunque crean lo contrario
Defender la libertad de expresión no es algo que está de moda. Defender nuestros derechos tampoco. Así viví una movilización que desconcentraba en paz, pero que vulneró la violencia del Gobierno.
Desde hace nueve años y con el privilegio de poder estudiar decidí involucrarme y por supuesto devolver a la sociedad algo de lo que recibí. Mi bandera siempre fue la infancia y las mujeres más vulnerables. Por supuesto en estos nueve años participé en muchísimas marchas pidiendo nada más ni nada menos que los derechos básicos de los hogares monomarentales. Entendiendo que los hogares más pobres y las que más cargan con las tareas de cuidado son las mujeres. Eso sin contar lo que significa sostener no solo económicamente sino emocionalmente a los hijos de padres abandonados. Somos las más golpeadas por la justicia porque exponemos lo que se intenta barrer bajo la alfombra la fuerza del patriarcado que tiene todo a su favor.
No hubo marcha, ni protesta en la cual no estuviera involucrada. He visto pasar a muchos presidentes y a una presidenta, pero nunca sentí el miedo que tuve hoy.
Nunca pensé desde la ingenuidad y la manera en que uno concibe la vida que una fuerza de derecha iba a estar en el poder. Y mucho menos que no iba a poder salir a la calle simplemente a cantar lo que está atragantado en la garganta.
Mi lucha no es más ni menos que las mujeres no mueran, que en las infancias se acaben la violaciones. Con mucho trabajo y siempre acompañada de otras compañeras.
Sin embargo, desde que asumió Milei hemos recibido una violencia permanente injustificada. Hasta que con una tristeza inmensa escuchamos el DNU. Quienes nos involucramos en entender qué significa, desempolvamos la Constitución y punto por punto entendimos que esto era la realidad no una película de terror.
Sin saber cómo actuar porque el miedo paraliza nos enteramos que la CGT marchaba hoy a Tribunales. Nadie dudó. No hubo diferencias, ni cuestionamientos. La idea era marchar hasta Tribunales con total tranquilidad, presentar el documento y retirarnos en paz como estaba acordado.
Me preparé un café. Leí las noticias. Le di de comer a mis gatos ya que mis hijos no están en el país. Me encontré con compañeros y compañeras que aunque no coincidamos en muchas cosas en esta si. Marchamos con total tranquilidad. La única arma fueron los cánticos que no sabían que estaban prohibidos hasta hoy. Caminamos. Estuvimos presentes hasta que se leyó el documento que se presentó en la Justicia y nos desconcentramos con total tranquilidad. Éramos cuatro que solo habíamos tomado mate así que decidimos comer una pizza. Pensé que esto ya había terminado porque todo el mundo se desconcentró en paz, de manera ordenada.
Nos sentamos a comer una pizza, y de repente vemos que casi no queda gente. Algunos periodistas y autoconvocados. Simplemente cantando en la vereda. En cuestión de minutos llegan miles de policías a pie y en moto. Sin entender que hacian ahi y mientras intentábamos comer vemos como empiezan a copar la calle y la vereda. Empiezan con sus escudos y con una violencia inusitada a provocar a la gente. En los medios dicen que fue un periodista, pero cuando hay testigos que contradicen a los medios hegemónicos también hay que pararlos. Ahí estaba yo intentando filmar lo incomprensible, ¿por qué ese despliegue para tan poca gente y para los periodistas?
Puedo ver a un amigo fotoperiodista y a su compañera. Mientras él trabaja veo como la empujan así que vuelvo a correr a la puerta de la pizzería luego de que me pidieron que me bajara del cantero. En cuestión de segundos veo a una de mis compañeras en la puerta, a la compañera del periodista y a mi siendo atacadas por cinco policías armados y con escudos tratandonos de manera violenta. En ese momento la cabeza se va a blanco pero como mi tarea siempre fue proteger a otras, agarro a una de ellas, la abrazo y, como siempre en estas situaciones, alguien que puede ver con los ojos despiertos nos cobija.
El que cuida la pizzería nos agarra a las tres del brazo y nos hace entrar adentro del local. Ahora con unas horas de distancia pude entender que si él no se involucra no solo terminamos violentadas y presas sino lo que todos sabemos que nos pasa a las mujeres cuando nos llevan detenidas. Una vez adentro no podía dejar de abrazar a la compañera que no paraba de temblar. Mucha gente se nos acercó. Ella no me soltaba la mano. Y así estuvimos mucho tiempo hasta que el miedo cedió y nuestros cuerpos dijeron estamos listos para otra batalla. Agradezco estar escribiendo estas líneas refugiada en la casa de una amiga. Por que si ese señor que no conozco su nombre no me agarraba del brazo esta historia sería otra.
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